Ser algo en Mónaco sólo se consigue siendo muy rico o formando parte de la familia principesca. Yo no sé si es usted lo suficientemente rica, pero sí sé que vía sentimental va usted a ocupar una habitación de palacio. Tendrá que compartirla con Albertito, es el único inconveniente, pero seguro que acabará acostumbrándose. Rainiero se reinventó el país y ha hecho de él un espléndido negocio; a ello se presta ahora usted también al formar parte de la corte de esa permanente opereta en la que reinó la llorada Grace Kelly, desaparecida ahora hace veinticinco años. La imagen de la elegantísima actriz volverá a ser portada e, inevitablemente, será usted comparada con ella. Y, se lo advierto, saldrá perdiendo a pesar de las muchas virtudes que la adornan –entre ellas la paciencia–. Es muy difícil echarle un pulso a alguien que ha muerto y que ocupó corazones almibarados por doquier: Grace protagonizó un sueño de princesa de cuento y desarrolló su cometido a la perfección, tuvo tres hijos que se desmelenaron cuando ella faltó y falleció en desgraciado accidente sobre el que siguen planeando dudas. Usted ha llegado de la mano de un heredero desangelado y va a tener que trabajárselo. Van a estar mirándola millones de ojos esperando un solo fallo, con lo que le conmino a esforzarse.
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