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23 de marzo de 2006

Alonso pone freno a su vida privada


Hace apenas tres años, Fernando Alonso era un deportista reconocido por los aficionados a las pruebas de Fórmula 1, y una “rara avis” para la mayoría de españoles, poco duchos en el deporte de las ruedas y los volantes. Se empezaba a hablar de él y se le tenía como ese bicho raro que surge genialmente en nuestra sociedad en materias de poco calado.

Entonces, su equilibrio entre vida privada y su vida pública era muy cómodo: podía pasear tranquilamente por su ciudad, cenar confortablemente con los amigos y pasar sus vacaciones de forma calma. Pero cometió la osadía de ganar un Campeonato del Mundo en una disciplina en la que los españoles habíamos ganado muy poco y entonces todo cambió: asturianos –y españoles en general–, que nunca habían mostrado interés  por tipos que corrían a 300 k/h colapsaron las calles para vitorearlo e hicieron de su efigie poco menos que una bandera.

Se acabó la relativa paz en la que vivía. A partir del día en que saludó a una multitud congregada en una plaza de Oviedo, Fernando se convirtió en objeto de deseo informativo, no porque lo quisieran caprichosamente los informadores, sino porque el público le acababa de instalar en su pódium de ídolos. Entraba de lleno en la lucrativa incomodidad de ser muy popular. Y parece que no se acostumbra. Reconozcamos que no es fácil. Establecer un muro entre la actividad profesional y la vida personal es una tarea de titanes que no todo el mundo respeta, de acuerdo, pero pretender blindar, a estas alturas de la globalización informativa, las pasiones personales de los archifamosos es una tarea improductiva.

Si uno accede a Fernando, para preguntarle por la junta de culatas de su nuevo bólido, no hay problema. En el momento en el que se le quiere preguntar –bondadosamente, incluso– por su vida, sus amores, sus querencias, sus planes, Alonso se blinda no sin exhibir cierta capacidad gruñona. Como en todo, lo bueno son las posturas elásticas: nada que objetar acerca de su pretensión de que no sepamos de él más de lo que él mismo decida, pero sí sería bueno hacerle comprender que cierto asomo de tolerancia calculada no le reportará más que beneficios.

En esta profesión en la que milito hay mucho gánster y mucho pistolero desalmado, pero la mayoría de los medios entiende que aquel que se hace respetar equilibrando las puertas cerradas y las abiertas no obtiene de ello sino ventajas. Es importante acelerar, pero también lo es no pasarse de frenada. Y no parecer estar siempre enfadado. Que se lo explique a su novia.
 


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