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9 de mayo de 2024

El clorhídrico palestino


Todos viven en un tiempo que no les corresponde, pero justifican en ese ejercicio zombi de la ideología su existencia profesional y personal

Una buena causa como la de Palestina, así en general, dicho a bulto, permite volver melancólicamente –o no tanto– a los obtusos años mozos de movilización universitaria. En mi Facultad de los años setenta, como en todas de aquel tiempo, se hacían asambleas para votar si se hacían asambleas en las que votar, y se pasaban así los días debatiendo sobre debatir lo que nunca se acababa de debatir. Era delicioso. Bueno, en realidad éramos unos imbéciles realimentando el calentamiento de cuatro ideas que el tiempo ha demostrado absurdas, perfectamente absurdas; pero al ser tan jóvenes todo parecía excusado, comprensible, producto de la inexperiencia y la voluntad proteica de cambiar el mundo. Afortunadamente, el mundo evolucionó, y muchos de los que decían las mismas estupideces que dicen algunos universitarios de hoy, también. Siempre hay quien se queda atrapado en el quicio de los sueños, o de las pesadillas, y es visto como un producto exótico de la moda 'vintage' del intelecto, pero la historia ha demostrado que los discursos trasnochados de la prórroga de los sesenta se derrumbaron estrepitosamente igual que fueron abatidos los ladrillos del Muro.

Palestina, en cambio, el sueño de un territorio que no quieren establecer los propios interesados, ha devuelto a la agitación universitaria la oportunidad de sentirse redivivos por una vez: una profesora de la Complutense llamada Ángeles Diez abre el sarcófago de su ideología para pedir la dictadura comunista sobre los medios de comunicación, una ministra como Sira Rego pide expulsar a todos los israelíes que se encuentren entre el Jordán y el mar, un ministro, inexplicable como la anterior y de nombre Bustinduy, envía una carta a las empresas españolas que comercian con Israel inquiriendo por su postura ante el «genociodio» de Israel sobre Gaza. Todos viven en un tiempo que no les corresponde, pero justifican en ese ejercicio zombi de la ideología su existencia profesional y personal. Son vestigios de un credo fracasado y criminal que buscan, como los peces sacados del agua, boquear para conseguir los minutos del éxito que les ha negado su ensoñación doctrinaria.

Nada ocurre cuando esos detritus operan en las amplias campas de la vida corriente, del censo libre en el que las personas que no creen en la libertad individual utilizan la libertad individual para operar contra ella, pero en el caso que nos ocupa se trata de dos escombros ideológicos que son ministros de España por merced y gracia de Pedro Sánchez y de una profesora universitaria que vio interrumpido su pensamiento en lo peor del siglo pasado y que ejerce de agitadora complutense en las concentraciones de estudiantes decididos a expulsar a Israel de su territorio. Es decir, son tipos cuyas gestiones nos afectan a todos, aunque sea a través del conocido mecanismo de la vergüenza ajena. La reivindicación razonable del Estado palestino, al que tanto se han opuesto los propios palestinos que no quieren reconocer a Israel, nos trae, como en un sueño regurgitado, el clorhídrico de nuestros peores años, que curiosamente siempre parecieron los mejores.


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