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18 de agosto de 2023

Crónicas herrerianas: El cante de las minas, almejas y caldero


Recorrer la España nacida de los fecundos sesenta y setenta que no acabó de ser, siendo eso sí un territorio de contrastes, de brutalismo cementero pero también de rincones con pellizco

A la izquierda, Herrera en la Unión. Arriba, el típico caldero murciano y sobre estas líneas, el Cabo de Palos

El pequeño puerto del Cabo de Palos es acogedor, cálido y hospitalario. Visto desde la terraza de El Pez Rojo parece una fotografía de esa España olvidada que casi todos los que tenemos una edad guardamos en la retina, o donde se guarden esas cosas.

Mientras Pepe, el jefe, me sorprendía con unas almejas al ajo con piñones, insospechadamente sabrosas, sencillas, inalcanzables, veía desfilar las lanchas repletas de buceadores que salían del puerto en busca del coral. Decenas de metros mas allá comienza la abigarrada Manga Del Mar Menor, que es en sí misma un contraste con el recogido gusto de ese enclave de Palos, municipio de Cartagena, y una larga lengua convertida en un suspiro de lo que pudo ser y, evidentemente como en toda la España nacida de los fecundos sesenta y setenta, no acabó de ser, siendo eso sí un territorio de contrastes, de brutalismo cementero pero también de rincones con pellizco.

«Hace muchos años que dejé de ser de playas, más allá de los vistazos de asombro, y me siento incapaz siquiera de sentarme bajo una sombrilla»

Con mi amigo Paco he dedicado algún mediodía a deleitarme en el restaurante Miramar, otro de los buenos lugares donde alimentarse en el Puerto, antes o después de echar un vistazo en la sensacional pescadería de la calle Sirio. Si me gustase echar la mañana en una cala, en Palos tendría cinco o seis para elegir, de esos enclaves murcianos llenos de belleza inesperada, pero hace muchos años que dejé de ser de playas, más allá de los vistazos de asombro, y me siento incapaz siquiera de sentarme bajo una sombrilla.

Desde la Costa Brava me dejo caer rodando año tras año hasta llegar a Almería, concretamente a El Tiburón y al arroz de Tadeo en Villaricos, su pueblo de usted y el mío. Ahora el viajero puede descolgarse de Barcelona y llegar tranquilamente en siete u ocho horas al Cabo de Gata; cuando mi padre manejaba aquél Seat 600 lleno de bultos teníamos que parar a dormir en Valencia. Pero qué cosas: sobrevivíamos. En una de las volteretas procuro dejarme caer en La Unión, donde el Cante de las Minas: hace pocos días ha visto finalizar su edición de este año entregando la Lámpara Minera a una joven cantaora cordobesa, Rocío Luna, que nos dejó a todos a medio respiro con una minera espectacular que bien hubiera firmado Rojo el Alpargatero. O el gran Pencho Gros.

Antes de volverme cante de levante, asalté en Jávea en lugar magnífico: 'El Tangó', en una cala que ya es toda roca, bajo los acantilados del Cabo de San Antonio. Pero digo que llegué a La Unión a recibir el honor de la llave de la ciudad y el consiguiente de ver mi nombre en una pared junto al viejo mercado, sede del festival. Qué diría el grande de mi tío Casiano que fue ingeniero de la minería de la zona.

Herrera tiene la llave de La Unión y su nombre en una calle de la localidad murciana

El Cante de las Minas me permite, además, pegar un par de bocados en La Unión de la mano de viejos amigos: me gusta dejarme caer por la Bodega Lloret, el último bodegón minero, reconocido por sus anchoas en salmuera y su tortilla de patatas; y, cómo no, ir a que Fernando me eche de comer en El Vinagrero como cada vez que me acerco: un restaurante centenario, en manos de la misma familia, que trabaja con mimo cada detalle de su cocina -me sirvió una lubina realmente inolvidable- y que puebla sus paredes con las fotografías de todos los que han pasado por la población y por el cante.

Vale la pena, en la zona, descansar en La Manga Club y usarlo de lanzadera para acercarse a la playa de Los Nietos o a surcar las aguas del mar Menor, al que nuestros legisladores otorgaron la categoría de sujeto jurídico. ¿Y la gilipollez de nombrar sujeto jurídico a una cosa a quién se le ocurrió?: a todos. Un mar transformado en un ente generador de derechos y deberes. Las cosas son así. El mar Menor está repleto de medusas: dicen los lugareños que son de las que no pican, pero que lo pruebe otro.

Me subí al barco cañonero de José María y me dirigí a la Encañizada, al norte de La Manga, ya en territorio de San Javier. Las medusas parecían sirenitas, pero es síntoma de que el agua está limpia, me dicen. Sinforoso, comisionado para la pesca artesanal mediante métodos ancestrales, en un paisaje propio de Blasco Ibáñez, encargó a Ginés la confección de un Caldero.

Caldero murciano, distinto del alicantino, paraíso de la ñora y del mújol, arroz meloso con aroma al mar de los adentros, que decía el poeta. En el restaurante Venezuela en Lo Pagán lo bordan hasta lo sublime. José Antonio Camacho, lugareño y mito, me decía no llegar a comprender cómo entre mil quinientos millones de chinos, cuando fue seleccionador de aquél país, no salieron once, solo once, que tocaran bien la pelota. Y así fueron pasando las horas…


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