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21 de septiembre de 2023

Felipe y Alfonso: no hay comparación


Qué milagro hubo de obrar Sánchez para reunir en una foto a estos dos bastiones de la Transición

Ver juntos a los dos maquinistas del socialismo de los ochenta tiene un inconfundible aroma a melancolía del tiempo pasado. De acuerdo, pero tiene, además, un indudable valor: desde la despedida del 96, cuando Felipe arrastró a Alfonso, no habían compartido ventana, escenario, proscenio. La pareja sevillana fue conocida para muchos la noche en la que comparecieron en la ventana del Palace; antes puede que los más cafeteros hubieran elucubrado mitologías en consonancia con los apetitos políticos de la Transición, pero no todos habían elaborado un dibujo eficaz de los dos actores de la renovación del PSOE producida en Suresnes, merced, entre otras cosas, a la larga visión política de Nicolás Redondo padre. Habían perdido las elecciones del 77 y, de forma mucho más dolorosa, las del 79, pero nada pudo aplacar el vendaval del cambio del 82, cosa ya sabida e, indudablemente, metabolizada.

Cuando esta semana han comparecido en el Ateneo con motivo del libro de Alfonso, nos hemos apercibido de que dos personas que han ocupado los titulares de un par de décadas han aparcado diferencias –que las hay– para transmitir un único mensaje: si a cualquiera de los que conocemos nos hubieran dicho que eso iba a producirse hubiéramos dado poco crédito al anuncio. Felipe y Alfonso son razonablemente diferentes pero fueron complementarios hasta que se produjo un mutuo hartazgo: uno estaba en la palestra y el otro en la sala de máquinas, siendo así que su trabajo aportó grandes –y también mejorables– resultados a la historia de España, cosa que hoy podemos analizar con la comodidad del análisis 'a posteriori'. Con todo, soy de los que compran lo hecho, a pesar de los tropiezos.

Qué milagro hubo de obrar Sánchez para reunir en una foto a estos dos bastiones de la Transición: ambos urdieron un discurso similar basado en la afirmación de no haberse movido del sitio, defendieron su trabajo y censuraron esa forma líquido-gaseosa de la política que consiste en validar cualquier alianza con tal de mantener el poder, destruyendo el consenso que hizo de España una democracia homologable. La afirmación sanchista de que la acción de la justicia ante el golpe de 2017 fue inadecuada, anuncio inequívoco de la amnistía ya pactada, desató la reacción de dos antiguos izquierdistas que, a ojos de hoy, parecen un refugio de cualquier valedor esencial de la política española, sean de derechas o de izquierdas. Sánchez es un aglutinador indudable: ha conseguido que hasta la derecha, que en su tiempo detestó a los jóvenes sevillanos, los consagre como la cúspide de lo deseable, cosa que la cabaña bovina del sanchismo jamás perdonará. No habrán de tardar los tragapollas de hogaño en sacar a colación los muertos en el armario del felipismo, de tal manera que no habrá de pasar mucho tiempo en que volvamos a oír hablar del GAL y otras hierbas. Me juego lo que quieran. En orden a la lealtad del tiempo, creo que les debemos una honrosa defensa. No hay comparación.


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