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29 de junio de 2023

Orixe en Galicia


A muchos nos gusta esa soledad de rastrojos y arbustos, de cuestas a las que no se les vislumbra la doblez final

Si es cierto que Santiago el Mayor anduvo predicando por Hispania, no tengo ninguna duda de que, poco antes de morir, le dijera a sus fieles Atanasio y Teodoro: «A mi no me enterráis aquí, a mí me lleváis a Galicia». Entrarían ceñidos a la orilla de la ría de Arosa, cerca de lo que es hoy el Faro de Corrubedo, y aguas arriba atracarían por Rianxo o por la cercanía. Iria Flavia iniciaría un traslado hasta Compostela, y de ahí hasta ahora la historia conocida. Que si Gelmírez, que si Alfonso II, que si los peregrinos… Todo lo cuenta muy bien Vázquez Taín en su 'Más allá, Más arriba', volumen necesario para conocer los primeros cuatro siglos del milagroso Camino de Santiago. Desde el faro de Corrubedo precisamente arranca el Camino 'Orixe', el nuevo a sumar al mucho número de rutas que llevan al Obradoiro: el caminante cruza el parque natural, las dunas, las playas solitarias en una primera etapa asombrosa que le deja a los pies de Ribeira, y que mediante quites y regates continúa el día siguiente hasta A Pobra do Caramiñal, a la que los lugareños, por cierto, siempre llaman Puebla. El caminante siempre tiene el mar, la ría, a su derecha a lo largo de este paseo por la península del Barbanza, sin grandes ascensos o descensos, con una ruta primorosamente señalizada y con sorpresas, como siempre en Galicia, a la vuelta de cualquier recodo, como playas que pareciera nunca fueron pisadas por el hombre o amables colinas de ese verde cargado de clorofila que se asemejan a una alfombra dibujada por el capricho del agua. De Boiro se salta a Rianxo y de ahí, contorneándose entre carballos y eucaliptos, adentrándose en pinares y algún que otro castañar, se sigue una misteriosa senda que se anda sola, en la que ninguna flecha es estrictamente necesaria para llegar a abrazar al Santo.

A todo camino que se precie le es exigible un determinado número de servicios, esencialmente albergues donde dormir y alguna que otra posada donde vitaminarse. Nunca se sabe si los albergues no existen porque no hay caminantes o no hay caminantes porque los albergues no existen: me consta que están en ello para que los peregrinos acudan, pero este sorprendente camino necesita de un último impulso que habrá de darle la Administración pertinente. A muchos nos gusta esa soledad de rastrojos y arbustos, de cuestas a las que no se les vislumbra la doblez final, de silencios amontonados durante siglos, de perfiles urbanos desaparecidos, como si jamás hubieran existido, de olores de pueblo que de repente te asaltan tras un alcor; pero es necesaria infraestructura suficiente para que se anime todo andarín que ande buscando nuevos paisajes. A mí me emociona Galicia por diversas razones, pero esa sensación de abrir un joyero cada vez que asalto un final de etapa, esa música callada y oculta en el acento de la primera persona que me topo tras un solitario paseo, me hace volver al 'orixe', origen, de las cosas.


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