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28 de septiembre de 2023

Ni caso al postureo


Abandonen toda esperanza. Son pasos de baile 

El teatro de la política está medido en cada una de las frases de sus diálogos. Pocas cosas suelen ser espontáneas y gratuitas. Los aparatos estratégicos –o mejor, tácticos– de los partidos estudian al milímetro las frases que deben esputar algunos líderes, y no digamos las comparecencias supuestamente naturales que escenifican los protagonistas de la noticia. Hagan poco caso de las advertencias, amenazas, desafíos que se lanzan unos a otros en plenos procesos negociadores: casi todo está acordado y no pasa de ser un teatrillo consensuado. Obsérvese el asunto que ahora mismo ocupa a los españoles y que no es otro que la exigencia de una amnistía por parte de los golpistas de 2017 y la aquiescencia del sanchismo gobernante: el PSC, perejil de todas las tragedias catalanas, anuncia su voto en contra a la petición de amnistía en el Parlamento catalán; inmediatamente acude Oriol Junqueras al entorno del Congreso a decir que no está claro el apoyo de ERC a la investidura de Sánchez, que habrá de llegar en pocos días después del fracaso de la investidura de Núñez Feijoó; a continuación se elevan los comentarios alarmados de quienes creen que se evidencian fisuras en el 'bloque progresista', creyendo que puede peligrar el apoyo de ERC al nombramiento de Sánchez… Abandonen toda esperanza. Son pasos de baile.

El PSC es un partido instrumental que pone al servicio de la causa sus escaños aborregados; Junqueras se hace el ofendido para sembrar una cierta inquietud; Sánchez se hace también el inquieto para dar la impresión de que no todo está cerrado y que navega entre aguas turbulentas por la estabilidad de España. Es mentira. Es postureo. El acuerdo entre unos y otros está cerrado y todo dependerá de los términos legales que los leguleyos del Gobierno puedan alcanzar: hay muchos peros jurídicos, aunque haya una sola voluntad, y hay una meta indudable marcada por ambos lados. La única duda consiste solo en acertar con los vericuetos técnicos para que el Constitucional tenga donde agarrarse y no tumbar un perdón generalizado a los golpistas que está más que metabolizado por ambas partes. Los independentistas catalanes votarán a Sánchez pase lo que pase porque saben, mejor que nadie, que ningún otro puede garantizarles esa impunidad con la que disponerse a reintentar la aventura unilateral. Almas cándidas –o directamente pérfidas– sostienen que esa pacificación evitará nuevas intentonas y que, efectivamente, todo se transformará en un escenario de verdes praderas en las que 'el reencuentro' será celebrado en Navidad junto al nacimiento del Salvador. Benditos sean esos espíritus candorosos, que de ellos será el reino del independentismo.

Ese independentismo, es cierto, peleará entre sí para capitalizar la amnistía, pero ese será un trofeo menor. El Gran Premio vendrá al poco, a no ser que Sánchez pueda escapar con algunos de su proverbiales engaños y consiga que esa colección de becerros emancipadores se trague cualquiera de sus acuerdos. En cualquier caso, ese teatro lo pagaremos todos mientras tragamos con cada tontería escénica que nos brindan. Ni caso.


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