Tenía interés en tragarse el sapo de pisar «Madrit» porque era una forma de lanzar su mensaje a Sánchez: estas son las condiciones
Nadie que conozca medianamente ese manicomio político que se llama Cataluña puede sentirse sorprendido por la maniobra propagandística que ayer protagonizó su presidente regional en el Senado. Aragonés se presentó serio y circunspecto, con rostro de agravio permanente y estudiada antipatía, para enviar un mensaje a Sánchez, a quien iban dirigidas sus palabras, y la de ganar puntos en su parroquia en su constante duelo con Puigdemont. En la Cataluña independentista se valoran mucho los semblantes de desprecio teatral a todo lo que esté fuera de su ámbito, no solo al resto de España, también a otros catalanes. Poner cara de asco cuando se recibe al Rey, o cuando se hace una referencia a cualquier otra comunidad, es una forma de reafirmarse ante su secta y de demostrar que no se cae en revisionismos: todo buen catalán debe estar muy serio y con un punto de náusea cuando salude a un individuo considerado enemigo de Cataluña, que es casi todo aquél que no abrace la causa de la independencia. Tienen mucho trabajo: el ansia independentista es minoritaria en su territorio.
Pero a lo que íbamos. Los diez minutos del nieto del alcalde franquista de Pineda de Mar ante senadores y compañeros de taller no pasaron de ser una mala copia de la hoja de ruta mil veces escuchada de boca de su tribu. No añadió novedad alguna ni mostró imaginación colorista de cualquier tipo, queremos la amnistía, luego un referéndum como Escocia, más tarde la independencia y, por supuesto, pasta, mucha pasta porque España nos roba. Y en catalán, por supuesto. Era tan sabido que sus escuchantes no precisaron ni siquiera auriculares: se lo sabían de antemano y lo podrían haber escrito ellos. Aragonès i García podría haberse evitado el viaje y contentarse con enviar un papelito al Senado que pusiera «lo de siempre», pero tenía interés en tragarse el sapo de pisar «Madrit» porque era una forma de lanzar su mensaje a Pedro Sánchez de forma pública, creando compromiso, obligando a que se diera por enterado: estas son las condiciones a las que no renunciamos, haga lo que haga finalmente Puigdemont, sobre el que pesa la presión de estar solo y triste en Waterloo y al que puedes camelártelo haciéndole ver que esta es su oportunidad de volver y quedar libre de cargos. Nosotros no; los de ERC estamos todos aquí y fuera de la cárcel, y nos necesitas tanto como a él. Y vosotros, catalanes, mirad bien el valor que tengo: me presento en territorio enemigo a cantarles las cuarenta, me voy sin escucharles, como un buen borde independentista, y demuestro que tengo lo que hay que tener, no como los que se van en un maletero a Bélgica. No renuncio a nada y dejo a toda esa «colla de malparits» con la palabra en la boca.
Eso ha sido. Nada más. Nada menos. Otra muestra de la estulticia de quienes atesoran 14 escaños en el Congreso y no llegan al 30 por ciento de votos en su terruño.