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22 de junio de 2023

Camino del destierro


El Cid murió con poco más de cincuenta años, que ya era mucho, pero con una intensidad biográfica que los convertían en ciento cincuenta

A Rodrigo Díaz, el que llamaban 'El Campeador', le desterró un par de veces Alfonso VI, que fue un gran Rey, por eso que ahora entendemos como falta de confianza. El Cid, que se pasó la vida guerreando, ora al servicio de unos, ora al servicio propio, es la leyenda más trascendental de la historia medieval española, de la que vamos sabiendo cada día más cosas y de quien podemos reconstruir su agitadísima vida batalladora. Murió con poco más de cincuenta años, que ya era mucho, pero con una intensidad biográfica que los convertían en ciento cincuenta. El camino del destierro, del que dicen los historiadores tuvo poco que ver el juramento de Santa Gadea, parte de su pueblo, Vivar del Cid, a pocos kilómetros de Burgos, y sigue la senda que le lleva a tierras sorianas, luego aragonesas, más tarde alcarreñas y, finalmente, valencianas. Pacientemente, y atendiendo a las indicaciones del 'Cantar de Mio Cid', mediante la colaboración de unas cuantas diputaciones y el trabajo de unos grandes entusiastas de la historia y los senderos, se ha reconstruido paso a paso el camino de ese destierro, llevando al caminante por la senda de Cardeña, Mecerreyes, Covarrubias, Silos, Huerta del Rey y un largo etcétera de enclaves fascinantes. Son caminos extraordinariamente bien señalizados que, además, lo están en los dos sentidos, al objeto de que pueda coincidir con la vieja Ruta de La Lana de los caminantes que van a Santiago y que, viniendo del levante, se unen en Burgos al Camino Francés.

Esta semana he venido entregado al asombro del camino por la provincia de Burgos: arrancando de Huerta del Rey y llegando a Pinarejos, un suave ascenso nos deja, pinares mediante, en la cuesta abajo hacia el Monasterio de Silos y al gregoriano de los monjes benedictinos y al asado de Emeterio. Una chispa nacida de un descuido incendió el pasado año los sabinares milenarios que separan Silos de Covarrubias. Aun así es fascinante su paseo: ha empezado a brotar el verde en los suelos y la zona volverá, años mediante, a fascinar a todo el que la pasee en busca del Arlanza y el tramo final hasta la Cuna de Castilla, la Colegiata, la Ermita de san Olav o el Torreón de Fernán González. Sigue la senda hacia Mecerreyes, Cubillo del Campo y Los Ausines. Burgos está a vista larga y tranco corto, pero el caminante deberá dejarse ver por San Pedro de Cardeña, abadía trapense, que fue reposo del Cid después de que Doña Jimena se llevase sus restos de la Catedral de Valencia a la capilla barroca del monasterio, que presenta un espectacular Claustro de los Mártires, románico del XII con arcos que recuerdan a la Mezquita de Córdoba. Los franceses saquearon, cómo no, el conjunto y desperdigaron los restos del Cid, los cuales fueron pacientemente reunidos y, finalmente, inhumados en la Catedral de Burgos. De Cardeña a Burgos hay apenas una decena larga de kilómetros de delicioso paseo. Colofón de tres días inolvidables para olvidarse del resto de cosas que cuenta el periódico de hoy.


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