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10 de noviembre de 2023

Lo grave es la amnistía...que aún no conocemos


Todo depende de la grasa con la que se lubriquen las voluntades de acuerdo

Necesitamos algunas horas más para calibrar el auténtico alcance del pacto de Sánchez con los golpistas catalanes, ese que se traduce, de momento, con una frase que el socialista habría dicho a sus negociadores: «lo que haga falta». Viendo las cosas de forma precipitada, que no quiere decir necesariamente de forma equívoca, pareciera que se le ha brindado al fugado Puigdemont todo lo que éste habría exigido en las negociaciones, y seguramente es así, pero con matices. Sánchez, realmente, solo concede de forma explícita la amnistía, que no es poco. Lo demás son promesas, difícilmente esquivables, pero promesas. La gravedad del pacto no está en designar un verificador o en asignar la gestión de los tributos, cosas de por sí escandalosas: la hondura de la traición a España reside en conceder una amplia amnistía que, en el fondo, priva a los jueces de poder juzgar a los que pretendan atentar contra la Constitución española, desde ayer papel mojado. También es cierto que no conocemos aún el alcance de esa ley, pero conociendo la exigencia de uno y la entrega del otro, es fácil deducir que todos los que tuvieron conductas ilícitas desde 2013 van a quedar exonerados de culpa alguna; lo cual también invita a pensar que ese paso supone indudablemente la antesala de un referéndum con todas las bendiciones 'legales' requeridas.

Supuestamente este pacto escenifica la gran victoria de Puigdemont sobre el sistema contra el que atentó, pero no olvidemos que el único que paga al contado, de momento, es el catalán: cuando algunos señalan las concesiones que se le brindan a cambio de ningún compromiso, cabe responder con una evidencia: ¿qué más pago quieren que los siete diputados que le van a dar a Sánchez su ansiada investidura y su cacareado «gobierno progresista»? Puigdemont recibe promesas de tributos, mediadores, consultas, comisiones para denunciar 'lawfare'… pero de momento son solo promesas para una legislatura en la que todo está en el aire. No he visto aún compromisos con fechas concretas, con lo que, en el más puro estilo del sanchismo, todo depende de la grasa con la que se lubriquen las voluntades de acuerdo. Sánchez cobra su osadía, pero quien paga, si todo se desarrolla al compás de la música del acuerdo, es España, los ciudadanos de esta vieja Nación puesta en almoneda por este incalificable individuo. Él será presidente de un gobierno sometido a difíciles tensiones, y los que forman parte de la parte contratante tendrán que esperar a que cumpla su palabra, cosa que no es tan sencilla. Sobre el papel cede en todo, pero en realidad solo pagará al contado con una amnistía de la que no conocemos aún su alcance, aunque sea fácil colegir, como escribía anteriormente, que esté pensada para alcanzar todo lo alcanzable.

El próximo gobierno de España ha sido negociado en el extranjero y con un prófugo. No cabe, de momento, mayor villanía. Pero atiendan a los próximos meses, que estarán llenos de laberintos normativos y de sobresaltos inacabables. Eso sí, la vaselina, al menos, parece que la ha pagado el de Waterloo.


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