Diez años después de su muerte, observará desde donde se encuentre que muchos de los que lloraron amargamente su desaparición siguen recordándola como la insustituible reina de corazones que fue. Su accidente supuso la confirmación de un reinado paralelo en su país y en medio mundo: la institución a la que perteneció llegó a verse amenazada, a sentir un peligroso soplo en la nuca cuando demostró mucho menos estremecimiento que el de los comunes británicos al conocer su fallecimiento. Fueron horas de fiebre en las que la Corona inglesa demostró exceso de envaramiento, cosa que estuvo a punto de pagar caro.
El autismo tradicional hubo de trocarse por cierta muestra de conmoción, pero hoy la reina puede respirar tranquila ante los índices de popularidad. La gran lección suya, alteza, fue demostrar que mezclarse con la gente y mostrar humanidad en el trato con los súbditos permite hacer de una monarquía medieval una monarquía querida. Aún hay quien sostiene que usted y su novio no murieron accidentalmente: la teoría de la conspiración decrece, pero se mantiene y está a la espera de unas últimas investigaciones judiciales. Ello servirá para mantener viva una luz de recuerdo de su persona, esa que seguirá viva, dicen, en los ojos de su hijo, el futuro rey. Algo tuvo usted que hoy, diez años después, hace que este cronista la recuerde con algún retazo sentimental. Espero sinceramente que esté descansando en paz.
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