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20 de julio de 2006

Los avatares personales de la Pantoja


La vida de Isabel Pantoja es, por sí misma, la letra de una copla.

De hecho, ya quisieran algunas coplas de las consideradas intensas atesorar en su desarrollo una vida en la que se hayan dado tantas pasiones sobresaltadas.

Siempre resguardada tras el visillo entreabierto del misterio, la cantante que de forma más estruendosa –siendo una jovencita– entró en el mundo de la canción, ha pasado de la tragedia a la dicha y de la dicha a la tragedia sin conocer muchos términos medios, y, hasta en sus momentos más felices, siempre ha venido alguno que ha querido aguarle la fiesta y sacarle partido a determinados infortunios o avatares particulares.

Así se han escrito estos últimos años de su vida, y, reconozcámoslo, durante muchos de esos años ha tenido que tragar mucho.

Pero mucho. Ahora, cuando más arrecia la tormenta judicial y mediática sobre el hombre que le acompaña en este paseo con altibajos de la vida, va Isabel y descorre el visillo para decir que está absolutamente feliz al lado de Julián Muñoz.

Tiene razón Isabel cuando dice que haga lo que haga o diga lo que diga siempre, absolutamente siempre, habrá alguno dispuesto a sacarle punta.

Si fue al funeral por Rocío --ella e Isabel eran dos mundos si no distantes, sí distintos-- se habló de que fue; si no hubiera ido se habría dicho de todo y tendrían de qué hablar los que viven de interpretar una frase o una mirada.

Si se calla y no interfiere en los asuntos de su novio –o su lo que sea– se dice que está hasta arriba y que se pasa los días urdiendo una forma de escapar; si habla y lo defiende, es que tiene intereses ocultos en la trama y teme acabar como tantos otros en Marbella.

Y para qué hablar de todo el universo familiar que la rodea.

Cuando su hijo Francisco fue un poco asaltado en su buena fe y “largó” acerca de las cosas de su madre, Isabel tuvo que pensar que se le estaba abriendo una grieta por el único lugar por el que hasta ese momento no le había entrado el agua inquieta de la mala lengua.

Si reflexionamos y hacemos cuentas acerca de lo que de ella se ha ido diciendo desde que entabló relaciones con el que fue su marido hasta la muerte de éste, pasando por su amistad con Encarna Sánchez o con María del Monte, la que le dieron con la adopción de su hija o su relación con Julián Muñoz y el río de veneno que ello ha hecho expeler a unos cuantos, entenderemos que tenga razones para asomarse un día a su ventana y pedir a gritos que la dejen en paz.

Los demás haríamos lo mismo, me da a mí.

 


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