El viejo ejercicio de la memoria escrita parece vivir uno de sus mejores momentos. Raro es el mes en el que no aparece por las redacciones de los medios un libro con la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, de alguna de las insignes figuras de nuestra escena o de nuestra vida social. Alguna de ellas, qué decir, tienen de interesante el relato de diferentes tiempos y el retrato de diferentes personajes, pero la mayoría pecan, a mi entender, de darse demasiada prisa en llegar al chisme intranscendente. Hay vidas, ciertamente, que no interesan ni por su chismografía; en cambio otras interesan a pesar de la chismografía que llevan y tienen la pinta de no haber sido escritas a toda velocidad.
De Lucía Bosé me interesan menos sus desavenencias con el torero y más el ambiente que rodeó sus primeros años aquí
Un poner: de las memorias de María Luisa Merlo, monumental actriz de monumental saga, lo que menos me importa es cómo se pelearon su esposo y ella; lo que quiero es conocer los secretos del teatro que ella vivió de pequeña de la mano de su inolvidable padre. Sigo: de Lucía Bosé me interesan menos sus desavenencias con el torero y más el ambiente que rodeaba sus primeros años en España, como de Marisa Medina me interesa más el mundo televisivo de los años sesenta que su caída en la trampa de la noche y su posterior recuperación. Y es que cuando uno escribe sus memorias debe saber que se espera de él algo más que el relato acaramelado y ensimismado de una vida pero no todo puede basarse en el relato crispado de las asignaturas y de las venganzas pendientes. Hay que interesar a través de los nombres a los que uno ha tenido acceso de forma privilegiada o del tiempo –remoto a veces– en el que las cosas eran diferentes.
No renuncio a escribir las memorias de una de nuestras más queridas estrellas, Carmen Sevilla, pero para eso necesitamos tiempo
De repente han aparecido cinco o seis libros de memorias de personajes no siempre sugerentes pero sí con cierta trascendencia en nuestra vida cotidiana. Suelen ser libros dictados a un escritor, el cual ordena un tanto el texto y le pone puntos y comas. Desde que leí el magnífico libro de memorias que Antonio Burgos le escribió a Juanito Valderrama, pienso que se nos ha ido una generación de extraordinarios artistas sin escribir muchas de las cosas que siempre contaron en charlas de café. ¡Cuánto hubiera dado por escribir las de Juana Reina, las de Miguel de Molina, las de Concha Piquer! No renuncio a hacerlo con una de nuestras más queridas estrellas, Carmen Sevilla, pero para eso necesitamos ambos tiempo y disposición. Todo está en camino; ya les iré contando.
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