En términos canónicos nulidad y anulación son cosas diferentes. Parecen lo mismo, pero no lo son. Cuando se declara nulo un matrimonio lo que se está diciendo es que ese matrimonio jamás llegó a existir, que algún defecto de forma o de fondo hizo que no se constituyera con todos los avíos. Anular, en cambio, es declarar nulo algo que sí fue efectivo, revertir una situación, cambiar un estatus.
En eso basa la Iglesia Católica, a grandes rasgos, su política de nulidad: si los contrayentes resultan estar dentro de lo que los tribunales eclesiásticos consideran causas de nulidad, si aportan testigos que lo certifiquen y si se presentan pruebas razonables, la pareja pasa a ser soltera y puede, si lo desea, volver a contraer matrimonio eclesiástico. Hay muchas razones que llevan a un matrimonio a solicitar la nulidad y a emprender un laborioso y lento proceso, pero básicamente se hace para borrar todo paso de la otra persona por tu vida o, en el caso de parejas creyentes que no se conforman con una unión meramente administrativa, casarse de nuevo en el seno de la Iglesia.
Uno de los argumentos que se utiliza de forma tan acusatoria como inexacta es que ese proceso sólo está al alcance de parejas muy adineradas: de ser así, hay que decirlo, no es por las tasas del proceso, sino por los muchos y caros abogados que habrá que poner en marcha, especialmente si hay que conseguir argumentos y testigos que declaren falsedades de los que la Iglesia no tiene por qué dudar. El problema es de quien miente. La reciente sentencia del Tribunal de la Rota declarando nulo el matrimonio de Rocío Carrasco y el hombre con el que unió su vida un lejano Domingo de Ramos puede perfectamente adaptarse a los dos casos anteriores.
Entiendo perfectamente a Rocío cuando quiere borrar de su pasado documental toda referencia a la existencia en común con un sujeto que se ha dedicado a vivir merced a los ingresos obtenidos por contar barbaridades de la familia de la que fue su mujer. No sé si lo que quiere es casarse por la Iglesia con su actual pareja, pero de ser así ya podría hacerlo por todo lo alto, como hizo su madre al matrimoniar con José Ortega Cano tras conseguir la nulidad de su matrimonio con Pedro Carrasco.
La serenidad y estabilidad que su nueva pareja ha conseguido imprimir a la anterior vida precipitada de esta mujer hace pensar que su futuro es tan equilibrado como su presente. ¿Necesidad de pasar de nuevo por la Vicaría?: no parece imprescindible. Pero ahora ya saben que si quieren, pueden. Y algo más: con esta noticia estoy seguro de que su madre respira aliviada allá en lo alto de los cielos.