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8 de marzo de 2007

Rocío, en el albero con Ortega Cano


He sido de los que ha desaconsejado a José Ortega Cano que volviera a los toros como algo más que espectador. Sé que cuando te come el ansia por dentro es muy difícil resistirse, pero también sé que para ponerse delante de un animal de 600 kilos hay que estar en una forma que no parece ser la del diestro de Cartagena. Los que pensamos lo mismo, no obstante, no hemos conseguido que José desistiera de su idea: como si de un tratamiento contra la depresión se tratase, se ha vestido de luces de azabache y se ha enfrentado a un toro en la plaza de Olivenza, Badajoz, en medio de una notable atención mediática y curiosidad popular. Hasta los telediarios del domingo dieron cuenta de la lluviosa tarde de toros en la que nuestro hombre cortó una oreja con la que el público quiso premiarle su entrega. Eso es bueno, hay que reconocerlo.

Esta noticia y la de la vuelta a los ruedos de José Tomás el próximo 17 de junio en la plaza de Barcelona son los dos acontecimientos que han puesto la fiesta en titulares: dos figuras del toreo, de diferentes tiempos, hacen que se hable de toros y que se ocupen los medios del arte de Cúchares por algo más que una cogida o por una manifestación de exaltados antitaurinos.

Volviendo a José –ya que ha vuelto– al menos que no nos preocupe a sus amigos y elija muy bien lo que torea y dónde lo torea. La forma física de Ortega Cano, no siendo mala para jugar un partido de fútbol o para marcarse una carrera de resistencia por el campo, trasmite cierta inseguridad en los tendidos, ya que cuando se revuelve un toro hay que reaccionar con una agilidad que yo no se la veo por ninguna parte.Si todo está elegido con prudencia, José podrá satisfacer su deseo de vestirse de matador de toros y aliviar la soledad anímica que lo asalta a diario desde que Rocío se convirtió en recuerdo omnipresente, pero si la vista se nubla y uno se ve de nuevo abriendo por tres veces la Puerta Grande de Madrid lo que nos esperan son unos cuantos días de cierta angustia.

Nadie le va a desear más triunfos al torero que éste que escribe, que además de ser su amigo es alguien que no olvida las gloriosas tardes de toros que nos ha ofrecido a los aficionados, pero un temeroso sentido del cuidado me obliga a suplicarle que extreme todas las precauciones posibles. Los toros no entienden de situaciones anímicas, ya se sabe.

Celebro esa oreja en virtud de que sé lo que ha significado para él y celebro todo el revuelo mediático que le ha puesto en su sitio, que es el de matador de toros, no el de viudo objeto de chismorreos. Un hombre que se viste por los pies como él merece nuestro respeto, pero ojo con el toro, José, ojo con el toro.

 


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