Las pasiones desatadas que nacen de la noche a la mañana y que provocan que al día siguiente de haberse conocido una pareja diga cosas como “ya me considero su mujer” o “estoy plenamente enamorado de ella” suelen ser, por fuerza, pasiones efervescentes. Es decir, cuando se acaba la fuerza de la pastilla, se acabó la burbuja. Nunca le aconsejaría a un buen amigo que retransmitiese, a través de los medios, su enamoramiento o su relación repentinamente fogosa. Vamos, ni ésa ni ninguna otra. Pero especialmente se lo desaconsejaría en aquella que le lleva a uno a nublarse el entendimiento y a recorrer en dos días lo que normalmente tarda en recorrerse un año. Estalla la burbuja y se le queda a uno la cara que te dije.
A Gema Ruiz y a su sevillano novio les ha pasado algo así: mucho ramo de flores en la televisión, muchas declaraciones asegurando estar en el atrio del nirvana, mucho confesar los planes conjuntos que rápidamente diseñaron al cabo de dos horas de haberse conocido para, finalmente, dar un sainete de los que hacen historia. Lo de menos para nosotros son los pormenores: si él se ha percatado de que ella es una joven que no se contenta con una bufanda de Zara o si él es un hombre al que le gusta demasiado aparecer en los medios de comunicación son aspectos de poca importancia.
Lo trascendental para los que estamos a este lado es la apariencia que se le ha dado a una relación impetuosa sin reparar en que cada palabra escrita o declarada suele ser después una bala que se vuelve contra quien la disparó alegremente al aire: si cuentas hasta la saciedad cómo has empezado te pedirán, lógicamente, que expliques con detalle cómo has acabado. Toma nota de eso, Gema. Y no es agradable tener que mostrar tu rostro compungido en todos los soportes y convertirte en la pobre chica a la que le deja un tipo a través de una entrevista con un colega, aunque ése sea tan estupendo y buen amigo como Antonio Montero, que es un “crack”. No parece lo más correcto solventar una relación mandándole a casa el recorte de una entrevista, digo yo. Esas cosas se hablan. Si él tenía razones para pensar que la relación no merecía un solo día más hubiera sido más correcto decírselo antes a ella que a unos cuantos millones de personas.
La excusa buscada a cuenta de una cena con amigos en Madrid no parece propia de personas adultas. De no haber nada más, cosa que yo, obviamente, no sé, no se me antoja el colmo de lo correcto. Deseémosles a ambos, no obstante, un futuro más calmado y serenamente feliz.
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