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3 de agosto de 2006

La decadencia del imperio marbellí


Marbella dejó hace años de circular en quinta velocidad; redujo a cuarta, luego a tercera, casi caló el motor y hoy, lamentablemente, viaja con la marcha atrás.

Retrocede la ciudad en la que todo era posible, la del lujo, la del glamour, la de reyes y nobles, celebridades, ricos riquísimos, la de personajes de portada.

Se destiñe la brillante tela que recubría cada cosa, cada acto, cada noticia.

Aquellos que dieron nombre internacional a la ciudad de los veranos excitantes o serenos, según cada cual, parecen haberse difuminado, unos porque han muerto, otros porque han huido.

Hubo un tiempo en el que era posible apercibirse de que había llegado el rey Fahd, con su derroche incorporado, o en el que podías toparte en una fiesta con Sean Connery o con los amigos del gran Alfonso de Hohenlohe. Vete hoy a buscarlos.

Aquellos que han podido han optado por otras alternativas, desde Mallorca hasta la Costa Azul, mientras que quienes permanecen no tienen interés por aparecer por parte alguna.

La Marbella de exteriores está ocupada por nuevos ricos e hijos de papá con suficiente poco interés como para que no merezcan ni una reseña.

Los habitantes de la ciudad, gente como usted y como yo que confeccionan la Marbella cotidiana, los que no viven de aparentar, son los que permanecen perplejos ante la caída en picado de la imagen de una sociedad que llegó a ser referencia literalmente mundial.

Con la práctica totalidad de sus responsables políticos en prisión, ha acabado por desmoronarse un decorado al que le han practicado demasiados agujeros y del que han querido vivir fraudulentamente demasiados personajes: ¿creen que una de las ciudades más famosas del mundo puede tener alcaldes o concejales como los que ha tenido?

¿Creen que cualquiera de los lugares emblemáticos del turismo mundial resistiría mucho tiempo con una patulea como la que han lucido en ese delicioso enclave de la Costa del Sol?

La Marbella del lujo y la ostentación, que no es toda Marbella --es una de sus muchas capas-- ,ha pasado a convertirse en una colección de horteradas encadenadas sin el más mínimo atractivo.

De ahí la razón del éxodo. Aunque hay algo más: no puede toda una sociedad vivir bajo sospecha.

No hay derecho a que pronuncies el nombre de la ciudad e inmediatamente te venga a la cabeza la idea extendida del robo y la corrupción.

Sus buenos moradores no se lo merecen, pero, eso sí, algún examen de conciencia habrán de realizar cuando recapaciten sobre la clase política que han ido eligiendo.


 


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