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26 de octubre de 2005

Unos premios sin princesa


El Príncipe de Asturias se revistió de redundancia y entregó los premios que llevan su nombre.

Es cosa que ocurre todos los años desde hace unos veinticinco, y que en últimas ediciones llama la atención de forma especial, como sabemos, por razones ajenas a los premios y a los premiados.

Dos ediciones atrás, los más avisados sabían que en el cruce de miradas del Príncipe y la joven periodista de televisión había algo más que simpatía.

Y la anterior fue noticia por el hecho de que aquella joven asturiana se había convertido en la Princesa que lleva el nombre de su tierra, y por la curiosidad de ver alguien nuevo en el protocolo.

Me sorprendió, todo hay que decirlo, cómo aguantó el tirón emocional cuando el teatro --que no deja de ser el teatro de su pueblo, de su gente-- se levantó en aplausos ante la mención cariñosa de su marido el Príncipe.

Ya le vi maneras cuando, el día de su boda, aguantó estoicamente y sin lloro alguno el himno de Asturias interpretado por los gaiteros que le acompañaron a dejar el ramo ante la Virgen de Atocha.

Véanse ustedes mismos en una situación así y se percatarán de que no es fácil aguantar la lágrima.

Lógicamente, una Princesa no puede ir llorando de acto en acto como si fuese usted, yo, o cualquier concursante de “Operación Triunfo” o “Gran Hermano”.

Pero eso no es tan fácil de dominar, sobre todo cuando te encuentras en tus escenarios de infancia o adolescencia: no es lo mismo que te den una ovación en Ucrania que en el mismo centro de tu Oviedo del alma, que, por cierto, se está convirtiendo en una de las mejores ciudades de Europa.

De España ya lo era.

Este año, las contracciones de primeriza de aquella novia sorpresa han impedido ver a la familia principesca al completo: Príncipe, Princesa y “Feto Real Agazapado Tras Abdomen Prominente”.

El próximo nos resarciremos de esta ausencia, y lo compararemos con el año en que un joven de veinticinco años que suele circular a trescientos cincuenta por hora recogió su premio sin pasarse de frenada.

Alonso I El Rápido se asomó a la Escandalera y montó una idem ante sus entusiastas paisanos.

Aclamación parecida obtuvo en el imponente escenario del Teatro Campoamor cuando fue a recoger un premio que algunos han tildado de preventivo –le fue concedido cuando aún no había ganado el campeonato–, eclipsando a algunos personajes de renombre que no tuvieron igual repercusión.

En cualquier caso, enhorabuena a los premiados.

Y a los premiantes, que a punto están de recibir un regalito que se hacen ellos pero que nos toca a todos.

 


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