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14 de septiembre de 2001

Paco, espéranos en el cielo


Voz ronca que guarda un verbo de cerezas; cicatriz de terciopelo sobre la nariz carnal de quien olfatea sin descanso; mirada huracanada de afecto, lánguidamente pícara, infantilmente despierta; la excelencia de Goya, la rebeldía de Azarías, el ingenio de Juncal. Claridad envejecida, obstinada en no creer; espíritu libre habitando ideas contradictorias; maneras bienquerientes de quien lleva un pueblo en su vestigio; amores de corrido en tiempo de sobresaltos; la astucia del Lazarillo, la honestidad del truhán, el señorío de un huertano. Paco. Difícilmente otro más querido, más respetado, entero, solícito, bueno.
Todo se ha dicho. Mucho más se ha escrito. Tengo la sensación, Paco, de llegar algo tarde, de no saber qué añadir. Llego corriendo con un ramo de azaleas y me encuentro con que el sepulcro que no has querido tener está repleto.
Y que ese paisaje que cubre tus restos está ya sembrado de las irresistibles luces mañaneras que nos son tan comunes: a tu pueblo y al mío, sólo separados por el sendero que trasiega a través del Pozo del Esparto, donde “la lumbre deshoja violetas” en cada amanecida.

Llenabas toda la vida, dijo Asunción mirando el cofre que guarda tus cenizas vivas, y pienso en las vidas que llenaste sin conocer

Llenabas toda la vida, dijo Asunción mirando el cofre que guarda tus cenizas vivas, y pienso en las vidas que llenaste sin llegar a conocerlas; vidas de quienes han encontrado el cielo entre los charcos quietos, gente, pueblo, amantes capaces de ver volar los trinos dentro de un barranco, como escribió el poeta.
Pienso en tus brazos de huerto, siempre abiertos y hospitalarios, y en el humo del tabaco retorciéndose en tu leyenda y llenándote los ojos de neblinas. En tu plumaje austero. En tu lenguaje rojo. En tu verso tierno.
Pienso en que pocos más podían haber sido el que fuiste, el genio atormentado, el torero buscavidas, el santo inocente, porque todos ellos eran tú, un fragmento de ti, del actor sin método, del cómico salvaje. Te llevas, canalla, la bolsa de la vida sin un solo hueco; nada podía serte ajeno en este solejar con albarradas. Ni un solo vaso por apurar, ni una mirada por seducir, ni una aventura por desmenuzar.
No pasarás a mejor vida porque mejor, seguro, lo habrá sido ésta, en la que despreciaste las opulencias pero en la que exprimiste la prosperidad.

Pienso en tus brazos de huerto, abiertos y hospitalarios, y en el humo del tabaco retorciéndose en tu leyenda

Ahora que eres un hondo suspiro que se aleja, ahora que amortajas todos tus sueños, ahora que venteas tantas emociones, te digo, Paco, que veo estremecido cruzar por los suburbios del cielo, como un tijeretazo sobre el agua, un puñado de milanas huérfanas.
Espéranos en el cielo.


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