No me he parado a preguntarme cuántas familias hay en España en las cuales todos sus miembros hayan participado en algunos Juegos Olímpicos.

No creo que sean muchas, la verdad. Desde luego la mía, no y creo que la suya tampoco pero, los Borbón y Grecia sí, empezando por el padre y acabando por el hijo pequeño. Todo sea dicho: los deportes que practicaban no eran de masas, pero, aún así, o son todos unos monstruos o los que eligen a los deportistas son unos pelotas de primera.

La Reina practicó la vela y fue a los Juegos del 60 aunque no llegara a competir por lo que fuera; el Rey, ya sabemos, ve una vela y parece que haya visto a su madre; el Príncipe tres cuartos de lo mismo, como la Infanta Cristina; la Infanta Elena bien podría haber cabalgado a lomos de su Rocinante...

Si Marichalar no va a los Juegos es porque aún no tiene categoría olímpica la carrera en patinete a motor, aunque todo se andará

De los consortes no olvidemos a Urdangarín, que no le daba mal al balonmano, y si Marichalar no va es porque aún no tiene categoría olímpica la carrera en patinete a motor, aunque todo se andará.

Falta nuestra Letizia, que con esa figura de gimnasta de suelo y su imagen de flexibilidad juncal podría perfectamente salir a dar piruetas en la lona, que más de una ha tenido que dar ya en su vida y cuenta con experiencia en saltar y saber caer sin romperse.

Total, un cuadro de honor, menuda envidia. Además, tienen fama de traer suerte: en los inolvidables juegos de Barcelona los deportistas estaban deseando que llegaran a las canchas donde participaban, ya que cada vez que lo hacían caía algo, una victoria, una medalla.

Me gustaría saber qué pasa por la cabeza de la Reina cuando camina por los patios de su infancia griega, dolorosos en ocasiones

En estos juegos de Atenas, en cambio, en los que la Reina verá pasar su infancia y juventud, la suerte no está siendo muy propicia: mucha plata y algún oro, de momento, aunque aún nos quedan esperanzas con nombre de baloncestistas o de corredores.

La imagen de una mujer como Doña Sofía -que sabe controlar sus emociones en público como si fuera un defensa central correoso e inalterable-, con la sensibilidad agitada por la vuelta a los escenarios del pasado, es lo que más despierta mi atención estos días.

Me gustaría saber qué pasa por su cabeza cuando camina por los patios de su infancia, dorados a veces, dolorosos en ocasiones, en los que ha crecido. Gracias a su estricta profesionalidad en el gesto nunca sabremos si ha habido algún estremecimiento interior, pero podemos presumirlo: será Reina, pero antes fue chiquilla y muchacha.

No nos lo contará, pero sé que sus ojos no estarán sólo en las pistas. También estarán en las fotografías inquietas de la memoria.