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Diario Sevilla
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4 de noviembre de 2007

Andalucía en guagua


Aún llevo inherente a mi recuerdo a un grupo de gente mayor que quedó desahuciada en una parada de autobús enclavada en un llano de arena. Más que una parada de autobús, un oasis desértico entre el tráfico de la carretera. La civilización alcanza a esa pequeña aldea gracias a un servicio público que enlaza a través de sus carreteras y vehículos a aquellos a quienes la vida les late a ciento ochenta minutos por hora con quienes su corazón late a tres segundos por hora.

Gente de los dos latidos, los que viven lento y los que vivimos rápido, compartimos el otro día tres horas en la parada almonteña de El Rocío. Convinimos rápido a qué hora debía llegar el autobús de las seis de la tarde del domingo, el cual nos llevaría de la aldea hasta Sevilla. A su llegada, abarrotado de gente cargada en Matalascañas, tuvo que dejar en tierra a una docena de personas. Los abandonados al pie del camino habíamos confiado en la palabra vertida por el chófer, quien llamó ante nosotros por su teléfono móvil a la central de su compañía de transporte para pedir un vehículo extraordinario que nos hiciera el servicio comprometido. Nunca llegó. Nos dejaron tirados en la llanura de arena, bajo el sombrajo de madera, junto a la aldea. Desde la orilla del asfalto veíamos, recelosos y esperanzados, el discurrir de otros autobuses expeditos hacia destinos previsibles.

A las ocho y media de la tarde del domingo, la docena de personas de ritmo inverso habíamos confraternizado por la solidaridad del inimaginable abandono. El servicio de autobuses era consciente de que había en la parada de El Rocío personas tiradas a su suerte, personas mayores, niños y gente de mediana edad que debían regresar hasta Sevilla sin tener cómo, pero no nos auxilió. Una vez más, la solución la puso el ciudadano, habituado a arreglar los destrozos de la Administración. A base de dinero (noventa euros), los del latido vertiginoso abrieron su bolsillo ante dos taxistas para poder devolver a los niños a sus casas en la capital. El servicio público se olvidó de quienes se ven obligados a confiar, mientras unos cuantos partimos hacia la ciudad con dos coches insuficientes para ayudar a todos los que permanecen en mi recuerdo en esa parada de autobús rociera. 
 
Partí con los niños, apenada al ver por el retrovisor cómo se alejaba la deplorable escena de ese grupo de personas mayores que se empequeñecía en el espacio y recrecía en mi aflicción. Aflicción inherente ante la duda por la resolución final del desamparo. Desamparo en plena segunda modernización de esta Andalucía cubana que marcha cual quimérica guagua.
 



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