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Diario Sevilla
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15 de julio de 2007

China sin chinas


En China se buscan mujeres hasta debajo de las piedras. Es una absoluta contradicción de sus restrictivas leyes sobre la natalidad, pero, en consecuencia, el resultado de la manipulación genética que convierte a las chinas en basura.
 
Cuentan que en la provincia de Hebei existe un nuevo negocio que consiste en buscar “novias fantasma”. Son mujeres muertas, ya enterradas, cuyos cadáveres son profanados por saqueadores y asesinos para reubicarlos en las tumbas de hombres que se quedaron viudos, se divorciaron o no tuvieron tiempo suficiente de encontrar esposa en vida. Las familias de los fallecidos, para aliviar el sufrimiento que les produce imaginar a su muerto solo bajo tierra, llegan a pagar hasta trescientos cincuenta euros por cadáver. Más caras resultan las finadas “frescas”. En China las matan en vida, impiden su nacimiento o son vendidas en mercados negros pero las necesitan muertas como esqueletos de compañía.

Este hecho macabro convierte en realidad aquello que dijo Friedrich von Hayek al aceptar el Premio Nobel de Economía en 1974 sobre la “ingeniería social”. La ingeniería social es cuando el poder central trata de manipular o anular las preferencias de la gente haciendo que se comporten según un plan social. Se trata de lo opuesto a dejar que la cultura evolucione naturalmente según las preferencias individuales. Las reglas son impuestas ofreciendo premios o latigazos. Al controlar a la sociedad, no sólo le convierte en tirano, sino que también lo puede convertir en destructor de una civilización a la que se le ha impedido su evolución por el libre esfuerzo de millones de individuos. Lo que ahora sucede en China es la consecuencia de dos décadas de ingeniería social sobre las familias y, para enmendar el desmesurado número de chinos solos, - hay 37 millones más que chinas- han creado otro programa con incentivos financieros para que tengan hijas.

El origen de estos extremos poblacionales tuvo su origen en la época de Mao. El dirigente comunista se convenció de que iba a tener que enfrentarse al enemigo de Occidente, por lo que azuzó a la gente, a base de dinero, a tener hijos con la intención de armar un enorme ejército. La población se desbordó tanto que se tuvo que frenar con la conocida  “ley del sandwich”: un hijo por familia.
 
Ahora, no sólo se compran esqueletos para entretener a los muertos, sino que los vivos compran muñecas de silicona a quienes tratan como a su pareja. Las cogen de la mano mientras ven la tele, les hablan y ellas se hinchan para hacerles el amor: del que tampoco tendrán descendencia. Parece que el papel de la mujer va a ser redefinido en China, aunque de manera dudosa. Lo mejor es que el Gobierno no interfiera.

 

 


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