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Diario Sevilla
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22 de abril de 2007

Yo, «chirgo»


Alguien ha cogido las palabras para acurrucarlas en su regazo. Alguien ha descubierto que había palabras abandonadas en antiguos orfanatos postbélicos, donde el amor tenía prohibida la entrada. Alguien ama tanto las palabras que ha mostrado su preocupación por ellas y las ha rescatado de cavernas oscuras donde la putrefacción aniquila cualquier forma de vida y deja en las húmedas y tétricas celdas, como único inquilino, el vacío del silencio. Las palabras son nuestra vida, nuestro pasado y presente, nuestra expresión, nuestra identidad, nuestro amor. Con ellas, en voz alta o baja, las palabras nos dan la vida. Alguien ha cogido un tren camino del Auschwitz exterminador de nuestros verbos, le ha dado freno, nos ha lanzado una llamada de auxilio y nos ha alertado para rescatar nuestras palabras en desuso.

A pesar de ser testigo de una sola vida me sorprende haber permitido que mis palabras subieran al tren deletéreo del olvido. No son necesarios cien años para olvidar. ¡Qué poco duran las palabras! He obedecido al timbre del silbato y he abierto mis remembranzas, que han hecho renacer en mí también sonidos, voces y personas a las que seguimos escuchando en los ecos de nuestra memoria ¡Qué gozo!

Habría podido elegir “atorrante”, cuyo significado neto es holgazán, desvergonzado o vagabundo sin domicilio fijo. ¡”Atorrante”!, le largó mi abuelo al torero que durmió al astado en el ruedo. El maestro bajó entonces su muleta, giró su altanero gesto hacia el tendido en busca del origen del eco y clavó el estoque más allá del lomo del toro. Es la divina cultura del entendimiento, del significado de las palabras. "Pecha” hubiera podido ser otra de mis escogidas. Aunque significa pagar o salir del paso, en Navarra siempre se escudaba esta palabra con el prefijo "a", "apechar": “Pues maja, tienes que apechar con los estudios”. "Ababol" entra dentro de la categoría de insulto suave y tolerado antaño. Ababol, a pesar de ser una flor roja, se utilizaba para calificar a un tipo simple, abobado, soso ¡Qué ababol eres!, se decía. Como no quiero permanecer en la lista de los elegidos por resucitar un insulto, la dejo pasar. Me quedo con otras dos, sinónimas: "Chandrío" y "Chirgo". Ambas son la voz de mi madre. Al recordarlas la veo a ella en la encimera de la cocina preparando la cena. A sus espaldas estaba yo, con mis deberes sobre la mesa, mientras tomaba un Cola-Cao. Lo derramé sin querer. Mi madre, con su peculiar serenidad, se giró tras el estruendo del cristal y, al ver todo el chocolate derramado sobre mis libros, me dijo: ¡"Vaya chirgo que has hecho, hija"! Adoro esta palabra ahora rescatada. No sólo el chirgo que hice se quedó dibujado en mi libro de Sociales, también en la pleura de mi alma. 


 


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