Leo en un titular de un periódico nacional, en El Mundo, vamos, que la derrotada candidata al Elíseo, Ségolène Royal, se lanzó a la carrera presidencial para vengarse de su pareja. El diario se cura en salud al ofrecerlo entre interrogantes, puesto que la noticia de interés, aunque dudo de su importancia pública, se ha divulgado de manera incuestionable en el libro “La femme fatal”, cuyas autoras son dos mujeres, Raphaelle Bacqué y Ariane Chemin. Comprenderán que de momento es impactante el destacado y lo que del tema en sí es destacado.
Repasemos: “Se lanza a la carrera presidencial porque su marido le ha sido infiel”. Para comprender mejor el motivo de la presunta decisión personal, preguntémoslo a la inversa. Si su marido no le hubiera sido a Ségo, presuntamente, infiel, ¿ella no se hubiese presentado a las elecciones? Esto lo analizo alejada de ideologías políticas, porque nos encontramos ante un hecho popular, socializado, común, muy practicado en el mundo, con profundos placeres y peores dolores: la infidelidad. Quiero decir que si lo que cuentan fuese cierto, está justificada su decisión y queda aquí refrendada. Si se valora desde la simpleza que Ségolène se lanzó a la carrera política de alto nivel por un acto de soberbia, se minusvaloran los años de profesionalidad que la avalan. Dicen que Ségolène ha sido durante toda su vida política mucho más popular que su esposo, François Hollande, que ella ha tenido una “ambición legítima” y que siempre optó por colocarse en segundo plano frente a su esposo, primer secretario del PS. Que se sepa, la pareja lleva veintisiete años de matrimonio y son padres de cuatro hijos. En este caso, las vidas profesionales eran paralelas, pero fue ella quien optó por aletargar su carrera profesional para dedicarse a sus hijos. Ambos salieron de la École Nationale d’Administration en 1980. Los dos trabajaron como consejeros para Mitterrand y uno y otro fueron elegidos por primera vez diputados en 1988. Aunque es difícil explicar por qué Ségolène sacrificó sus oportunidades profesionales -no se lo he preguntado a ella-, puedo deducir que es un comportamiento clásico entre las mujeres que apoyan en la sombra a sus maridos, mientras ellos pueden dedicarse a triunfar en su profesión con la tranquilidad de que en su casa todo marcha a la perfección. Porque la mujer que vive en la sombra está precisamente ahí, en la sombra. Con “heridas secretas” o sin ser consciente de ellas.
Puede que, en verdad, la decisión de Ségolène fuese por una venganza contra la presunta infidelidad de su esposo. Reflexionemos por ello: ¿cuántas mujeres, que podrían ser grandes profesionales, se pierden por lealtad y respeto a un compromiso personal, además mancillado?