Del conocido eslogan del mundo joyero Un diamante es para toda la vida hemos pasado, en nuestra continuidad de las tradiciones fúnebres, al momento de perpetuar la esencia de nuestro ser querido incinerado: "La vida en un diamante". Una empresa suiza, Algordanza, vive de convertir en diamantes las cenizas de los muertos como un símbolo de recuerdo lleno de luz y belleza.
Se abre el telón e imagino la escena en el tanatorio. Esos cuatro hermanos reunidos ante el ataúd donde reposa el cuerpo inerte de su querida madre, que aún proyecta a través de su rostro encerado la belleza del alma. Uno de ellos, mientras mira el rostro de mamá como quien selecciona de un mostrador de la joyería Suárez una sortija, pregunta a los otros qué concentrado de carbono tendrán las cenizas de la querida madre al chamuscarlas y cuál será el nivel de boro en su cuerpo para averiguar la intensidad del azul que alcanzará la piedra preciosa tras el proceso de los suizos.
¿Merecerá la pena incinerar a la mamá y hacerse un anillo con ella, o dará apenas para uno de esos que se venden en el tele tienda? Y dice: "Total, para esparcir los restos en el mar o enterrarla y que se la coman los gusanos, mejor la repartimos entre los hermanos. Mira, mamá es gordita y, si la incineramos, nos saldrán varios anillos. Cuatro por lo menos, como para que cada uno de nosotros le pueda regalar a su novia, en su petición de mano, una joya con la que hereden a nuestra mamita querida (su suegra). Si está bien de carbono y boro puede salirnos un buen pedrusco de cuatro quilates, parecido a los que los romanos traían de la India o de esas adamas que a los griegos les hacían imbatibles. Con ésas y con las cenizas de papá, que llevan sobre la chimenea diez años, nos hacemos un buen lote de diamantes tallados, pulidos y con la inscripción microscópica de su nombre. O podemos vender a Swarovski las piedras preciosas y pagar la hipoteca. Los papás no se ofenderán por ello, al contrario, estarían orgullosos de ayudarnos a pagar las deudas". Se cierra el telón.
Los suizos respetarán el duelo, la identidad, etc, durante las semanas que lleva el proceso de convertir las cenizas en un diamante azul, mientras derriban ciertos mitos que lo único que hacen es entorpecer, según ellos, el camino hacia una completa recuperación, física y emocional.
En el fondo, para nosotros es otro motivo más de desconfianza tras nuestra desaparición el posible mercadeo del cuerpo. Así que un fastidio más a la hora de testamentar. A las opciones de querré la eutanasia, no me dejéis conectado a la máquina eternamente, enterradme al lado de la abuelita, no me llevéis crisantemos o lanzad mis cenizas al Caribe hay que añadir una nueva variante: "No quiero ser un diamante para tu anillo o un cheque en blanco. No quiero que me pulas más".
Mariló Montero