Cuando su jefe la convocó para una reunión, ella no se sorprendió puesto que la comunicación laboral era fluida. Lola tomó su carpeta, por si fuera necesario tomar o aportar datos y se dirigió hacia el despacho de su jefe. Su secretaria anunció su presencia y a los dos minutos se le invitó a pasar. La espera era parte de la parafernalia de un jefe que quería hacerse el interesante generando impaciencia.
Sentados frente a frente, Lola esperó a ver por dónde derivaría el tema. Él arrancó la conversación por asuntos triviales, como el tiempo que hacía y la cuestión personal de cómo se sentía Lola desarrollando su trabajo. Ella, sin perder la compostura, respondía a las cuestiones planteadas a pesar de ver cierta indefinición en el objeto de la cita. Pasados los minutos, el hombre hincó los codos sobre el escritorio, apoyó la cara sobre sus puños y, mirándole a los ojos, le dijo: “Lola, voy a subirle el sueldo a tu compañero en setecientas mil pesetas”. Ella, por un momento, se dejó invadir por la alegría al imaginar una subida salarial para todo un equipo, mal remunerado, donde no se cobraban horas extraordinarias ni tampoco por los excelentes resultados. Sin delatar su alegría, pensaba que si a su compañero, con la misma cualificación profesional, menos experiencia y menos responsabilidades, le había llegado, a ella, al menos, le igualarían el sueldo. Así que Lola seguía muy atenta al mensaje del jefe. Y entonces oyó: “Pero, Lola, se lo subo sólo a él porque es la segunda vez que se ha separado y tiene que pasar la manutención a sus dos ex mujeres y por cada uno de los hijos que tiene de sus matrimonios”. A Lola le pareció que esa actitud de generosidad desbordante hacia un compañero correspondía a un gesto solidario, pero también que esa decisión distaba mucho de las normas legales sobre los salarios. No cabía duda de que el aumento se había logrado en una barra de bar en momentos de compadreo. Las palabras que escuchó a partir de entonces le retumbaron en la cabeza y le provocaban una especie de mareo, como cuando te quedas aturdida por un bofetón seco y sonoro: “A ti, Lola, no te hace falta que te suba el sueldo porque tu marido tiene dinero suficiente”.
Cuento esto hoy, pasados los años, porque después de que el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales anunciara una campaña para sensibilizar contra la discriminación salarial de las mujeres, escuché a un señor en la radio diciendo que la diferencia de salarios era mentira. Pregunto: ¿qué se va a hacer con este tipo de maltrato salarial, indetectable en las redes informáticas que van a vigilar los inspectores? Evitaré delatar los nombres del jefe solidario y el de aquel compañero. Sí diré que esa Lola era yo.