La injusticia que las adorna se oculta tras los trapos de cocina y su figura está tan desdibujada en el tejido social que ni siquiera existe un término único que enmarque sus labores. Son las conocidas de manera coloquial como “tatas” o “niñeras”. Llamarlas de uno u otro modo determina a veces su función, su responsabilidad y hasta su dignidad. El de “tata” es término que implica un poco de todo: lo mismo limpia, que plancha, que hace la comida y juega con los niños. Si decimos “niñera”, la cosa se limita más a los pequeños, aunque de paso haga otras funciones añadidas. En desuso están los de “nodriza” y “ama de cría”, cuando los casoplones eran como los de la película “Los Otros”, de Amenábar: mujeres que amamantaban a los bebés porque las madres enfermaban, o no querían, o el estatus social se elevaba de ese modo.
El nombre de “nanas” (en inglés, “nanny”) es más cursi y llegó quizá en una época de transición que pretendía rebajar la dosis de clase social en las labores cotidianas del hogar. En los 80, las “au-pairs” fueron una oportunidad envidiable para las jóvenes que querían estudiar inglés en el extranjero. Se mandaba a la inexperta adolescente a una casa británica para cuidar al niño, mientras, se supone, aprendía inglés. Conocí en persona el fenómeno “wasp”, puro estilo americano. Son sudamericanas sin preparación académica que buscan en EE.UU. un dinerito que enviar a sus hijos y a quienes los elitistas americanos encomiendan la educación de sus vástagos. Es tan revolucionario este sistema que son los niños quienes terminan hablando español, mientras ellas siguen con el idioma universal de los gestos.
“Tutoras” quieren ser llamadas las mujeres que, por circunstancias, teniendo una cultura suficiente, se ven internas en una casa en la que, además de llevar la gestión doméstica, atienden las tareas de los niños y consiguen una relación familiar nueva. Lo de “institutriz” quedó muy bien reflejado en “Sonrisas y Lágrimas”. O el horror del término “criadas” (¡qué espanto!). Y Ñañas. O la indefinición actual de “la chica” o “la muchacha”.
El caso es que en Gran Bretaña ha nacido una nueva categoría. Los británicos, que son los ingleses que mejor hablan inglés porque sólo hablan en inglés y es su lengua, están deseosos de que sus hijos aprendan otros idiomas. Como el mandarín está en alza y China se promete como el país del futuro, las chinas están de moda. Se buscan chinas a punta pala para que cuiden a los críos y les enseñen mandarín. No dan abasto con la demanda y es más fácil encontrar una tata rusa y que nuestro hijo cante canciones infantiles rusas o árabes, a la vez que “emburka” a la Barbi, que hallar una oriental.
Ya ven, todavía con la deuda a cuestas de dar su sitio a las tatas y ahora pretendemos que además enseñen idiomas a nuestros hijos. Como dijo San Mateo, los últimos serán los primeros, y el primero, el último.