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Diario Sevilla
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12 de noviembre de 2005

Adivinar el hambre


Resulta difícil adivinar el pensamiento de un hambriento, descifrar qué reflejan los ojos tristes de los niños silentes de estómago hinchado, esos críos que vemos a través de la televisión hacinados en campamentos sembrados de proyectos ruinosos, de poblaciones donde el desorden es la regla en una sociedad eternamente provisional. Son ojos secos, de mirada ausente, sin fuerza para el parpadeo. El hambre se reparte por todo el mundo, pero, como denunciaba recientemente el periodista Pepe Arenzana, esos dramas también tienen sus modas. Antes eran los niños de estómago hinchado los que saltaban a las portadas y ahora son los inmigrantes subsaharianos.

No hay que ir tan lejos: también hay hambre en España. Ocho millones de pobres van arrastrando sus pies entre las ruedas de los coches que, ignorantes y ciegos, les cortan los tobillos y desequilibran su mínimo hálito de vida. Los vemos tumbados en las esquinas, bajo los cartones, sobre los bancos de los parques secos, colados en portales de los que huyen al primer timbrazo, en albergues donde tienen las horas contadas. Millones de miserables ante nuestros ojos que alargan temblorosas sus manos mugrientas en la barra del bar donde tomas un café, donde te piden una mísera limosna que les calme el escozor del hambre.

Adivinar el pensamiento de un hambriento que mira hipnotizado las noticias que relatan la huelga de pescadores arrojando al suelo kilos y kilos de pescado resulta difícil. ¿Qué sentirán al verlo? Pescadores encolerizados revientan las puertas de los camiones y desgarran las cajas que guardan millones de peces sin más destino que la basura. Toneladas de alimentos pisoteados por los propios hombres que arañan un año de su vida cada amanecer para salir a la mar a arrancarle algo de su savia. Millones de kilos de inmoralidad que deben encaminarse, sin demagogia, hacia el bien. Ejerzan su derecho a la huelga, protesten, griten, pero no destruyan alimentos. Es una inaceptable injusticia. Manifiéstense, organícense para depositar todos esos productos del mar en un destino predeterminado. El efecto social se multiplicará por millones si buscan efectos mediáticos.

Adivinar el pensamiento de un hambriento resulta difícil, pero se avecina otra protesta similar, esta vez de los agricultores, que amenaza paralizar el país para conseguir ayudas por la subida del gasóleo. Sospecho que los tomates teñirán de rojo el asfalto y lo convertirán en un vergel de verduras y hortalizas desparramadas como insultos.

Para salvar vidas se endurecen las normas de tráfico y las del tabaco, se lanzan campañas preventivas contra la obesidad infantil o para que no caigan en las drogas, se hacen redadas contra la piratería musical o cinematográfica y contra la pornografía infantil por internet...

Para salvar vidas, que se regule la inadmisible destrucción de los alimentos en las protestas. Adivinar el pensamiento de un hambriento, ya ven, no es tan difícil.
 
Mariló Montero


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