Cada vez que le doy la vuelta a un juguete u objeto y veo el Made in China se me abren las carnes. Este sello siempre ha sido un distintivo de calidad y alto valor, pero podría seguir siéndolo eternamente si fuese una obra original, no habiendo caído en las mafias que imitan productos tirando los precios al subsuelo y engañando al mercado. El Made in China tiene también un valor moral del que debemos tomar conciencia –ahora que estamos escribiendo la carta a los Reyes Magos– por cómo los elaboran y quiénes los fabrican: niños.
mariló montero. Diarios del Grupo Joly 18-12-04 Niños chinos explotados por empresarios que regentan factorías como la de Mou Yip: uno de los tres mil almacenes que forman parte de Juguetelandia, en cuyas decenas de kilómetros cuadrados, ubicados en la vieja provincia de Guangdong, se encuentran los parques industriales destinados a la creación de los sueños de los niños occidentales.
Dentro de esas fábricas hay un millón de personas, en su mayoría menores de edad, que desde el pasado mes de marzo –y así desde 1997– trabajan de catorce a veinte horas diarias, siete días a la semana, sin poder levantarse al servicio más de dos veces al día y durmiendo veinte personas en una habitación decrépita de veinte metros cuadrados. Todo para tener los coches teledirigidos, videojuegos, Teletubbies, o Barbies a punto para el 5 de enero. Ya que hablo de moralidad, les doy otro dato para remover su juicio. El ordenador portátil que este año lleva la Barbie ejecutiva vale cincuenta euros en la tienda, el sueldo de un mes de los niños que lo hacen. El pequeño Bo, que no aparenta once años y trabaja con sus diminutos y habilidosos dedos rellenando de algodón unos peluches, me recuerda a los niños que el señor Schindler de La lista de Schindler de Steven Spilberg contrataba para la fabricación de munición de los nazis salvándoles así del exterminio. Pero las intenciones del señor Schindler no eran las mismas que las de Mattel, Disney o las grandes productoras de Hollywood, que quieren enriquecerse abaratando la mano de obra.
Ante la falta de inspectores que no pueden o no quieren intervenir y de un gobierno que autoriza tantos desmanes con sus ciudadanos, se me ocurre que las cámaras de las grandes cadenas de televisión que han abierto los ojos al mundo ante abusos como los de Sierra Leona –los soldados forzaban a los niños para alistarlos a sus filas– o retransmiten en directo las guerras, apuesten sus unidades móviles en estas factorías de Shantou o Dongguan hasta la movilización mundial. Aunque supongo que Unicef tendrá constancia de ello.
Llevo en mi muñeca la pulsera Livestrong, Made in China, y la duda. Mi solidaridad se ha duplicado más allá de los enfermos de cáncer. Ahora besaría cada falange de esa mano diminuta, alzaría la barbilla del pequeño fabricante para mirarle a los ojos y besar su frente regalándole para Navidad un poco de amor y solidaridad.
Mariló Montero