Llevemos el debate sobre las mujeres costaleras con elegancia, bajo palio sagrado, sin perder las formas de una majestuosa chicotá. Renunciemos al argumento, vulgar e inadmisible, que vivifica la confusión entre la sevillanía que ama, en genérico y sin género, el mundo del martillo y la trabajadera. Ha brotado lo previsible: la hermana costalera. Sin adjetivos delanteros ni traseros. Con una igualá que mide la altura y no el sexo ni la nacionalidad. Que exige tener dieciocho años cumplidos y menos de cuarenta y cinco; estar sano, descansado, no cometer excesos en la alimentación, la bebida o el tabaco durante la Estación de Penitencia; no permanecer alrededor del paso bajo ningún pretexto, puesto que su trabajo es anónimo, y obedecer a su capataz. El costalero evitará todo alarde, frases de mal gusto, la vestimenta discordante y deberá preservar la austeridad de la Hermandad. No he hallado en ninguna norma cofrade la prohibición para que ese bendito trabajo lo pueda ejecutar una mujer. La devoción, los sentimientos y la religiosidad interior no se maquillan. Son un ejercicio de fe.
A paso agua discurren ofensivos comentarios sobre Maria Dolores Flores, Isabel Santiago y Sonia Alias, las primeras costaleras de Sevilla. La última ha recibido insultos en su teléfono móvil que la tachaban de tortillera y la acusaban de cargarse la Semana Santa. Ha tenido que intervenir su abogado para que no se torciera su valentía de abrir nuevos caminos para las mujeres ni su fuerza para calzar con su cuadrilla. Los más conservadores se escudan en argumentos que no se sostienen. A saber: “Es cosa de hombres”. ¿Por qué? Esto, bien saben, viene de una tradición que nace entre los cargadores de los muelles y los esportilleros. También era cosa de hombres ser nazareno o boxeador. Otra: “No es femenino” ¿Tienen obligación de serlo? ¿Deben limitar sus sueños personales para no decepcionar a los hombres? ¿Se pierde la feminidad por cargar y no por fregar los suelos o los cuartos de baño? Tercer insulto: “Son tortilleras”. ¿No se conoce a ningún “hombre toalla” de costalero? ¿O se pregunta la orientación sexual en la igualá?. Cuarto: “No tienen fuerza”. No es la sociedad quien debe poner en duda su fuerza, acreditada en multitud de profesiones. Quinta excusa: “No es sitio para las mujeres”. ¿Hablamos de cargar a la Madre de Dios y a su propio Hijo o de otra cosa? Si no me equivoco, bajo el paso todo costalero debe atenerse a las normas ya citadas. Último:”Porque no”. Esta negativa tiene el mismo peso que aquello de que “los niños pijos” no podrían con los pasos que alzaban los profesionales de antaño.
Hay que aceptar con elegancia que el faldón del paso es ya lo que el antifaz para las nazarenas. A paso dao, paso ganao. ¡Vamos por igual valientes!
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