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Diario Sevilla
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18 de febrero de 2007

Perogrullo en las aulas


La fuerza de la evidencia me empuja a reiterar lo irrefutable. El tema es de Perogrullo, en origen, Pedrogrullo, aquel personaje quimérico, o quizás un asturiano de carne y hueso, que decía verdades como puños que ilustraron  coplas de autores como Francisco de Quevedo y Villegas. Las verdades de Pedrogrullo se incorporaron en su día al lenguaje coloquial para expresar lo evidente pero que daba pereza anunciar. Todos sus mensajes calaron en la sociedad y me veo en la obligación de recordar sus enseñanzas.

La obviedad a la que me refiero es el hecho de que se cuestione la prohibición de usar teléfonos móviles en las aulas. A nadie en su sano juicio le parece normal que un estudiante mantenga una conversación telefónica en plena clase de matemáticas. Es de cajón. Es tan de Perogrullo como pretender que los estudiantes viesen como un hecho normal que el médico que opera a su madre mantuviese durante la intervención una conversación con el taller donde reparan su coche, escuchase música en el mp3 mientras le extrae el bazo o se dedicase a escribir unos cuantos SMS a los amigos con los que cenará esa noche.

Los estudiantes tampoco aceptarían que su maestro se dedicara a echar una partidita en la Play Station en el tiempo lectivo dedicado a la  historia, el lenguaje o la química… Capaces de desearlo, pondré un ejemplo más adecuado: que el camarero al que le han pedido el alcohol para la botellona no les sirva en toda la noche porque está hablando por teléfono con su novia, estudiante en el extranjero. Si cada uno no valora ni se hace responsable de sus actos, apaga y vámonos. La Comunidad de Madrid ha anunciado que prohibirá el uso de teléfonos móviles, mp3, videoconsolas, consolas y cualquier otro aparato electrónico que pueda distraer la atención del estudiante. Yo les sugiero que amplíen la norma a otros novedosos ingenios. Así las cosas, ¿quién pone las manos en el fuego por que no pueda aparecer un día un chaval en clase con un serpentín, la bombona de butano y los avíos para hacerse un ‘arrolito’ en el aula? Se armaría la gorda:
- José, salga a la pizarra, por favor.
- Mira, profe, no me da la gana. Es que le tengo que echar ahora el agua al ‘arrolito’.

No debería existir la necesidad de plantearse esta prohibición, puesto que nunca debería haberse permitido el uso de teléfonos móviles en la clase. Si Perogrullo pudiera describir la vida en nuestras aulas, diría que son “tierra de Jauja”, aquella ficticia ciudad peruana que Lope de Rueda describió como una isla del oro en la que los árboles daban buñuelos, los ríos, leche, las fuentes, manteca y las montañas, queso. Ni las aulas son locutorios, ni un lugar para el ocio y tampoco para el relax. La clases están para aprender, estudiar y que los estudiantes cumplan con su obligación y responsabilidades. Si no hay tu tía y se mantienen en sus trece, las cosas claras y el chocolate espeso. De esta manera, otro gallo cantaría.

 

 


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