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27 de abril de 2005

Por la libertad


Ser diferente es siempre una condena. Por el color de la piel te vendían o te hacían esclavo, asunto que hoy no está solventado del todo, pues racistas y xenófobos apalean y matan aún a los negros. La ideología política también ha llevado a la muerte a millones de personas en todo el mundo, y no hay país en la Historia que esté libre de esa culpa. Esta semana, la Audiencia Nacional condenaba a 640 años de prisión a Adolfo Scilingo, implicado en la muerte de 30 personas durante la dictadura argentina. Tuvieron la deferencia de atontar a sus víctimas con narcóticos para lanzarlas vivas desde un avión al mar en los famosos vuelos de la muerte.

El sexo no queda exento de una discriminación no siempre contemplada en los derechos constitucionales: el derecho a ser feliz. Ahora que se acaba de aprobar la reforma del código civil que permitirá contraer matrimonio a personas del mismo sexo salen datos estremecedores, como el de que más de cinco mil personas fueron encarceladas durante el franquismo por parecer homosexuales o tener relaciones con otras personas de su mismo sexo. A escondidas, siempre a escondidas. Ya lo decía mi madre: hija, en público no discutas nunca de dinero, política ni religión. Ésa es otra: los católicos tienen más que nunca coartada la libertad de expresión que se recoge en los derechos constitucionales. Sólo por ser mujer, no digamos la cantidad de problemas sobre igualdad a los que te tienes que enfrentar, incluido el más preocupante, el de la violencia de género, cuyos maltratadores viven convencidos de que son dueños de su pareja.

Nadie parece aceptar a nadie. Nadie parece admirar al otro, a no ser que éste no invada tus competencias personales o profesionales. Somos simpáticos y agradables con quien nos da la gana, eso también es un derecho, pero que falta a la educación y a la tolerancia. Todos somos víctimas de la crítica más rastrera por detalles tan nimios como la forma de vivir, hablar, vestir, ser, sentir, pensar e incluso de un acto tan involuntario como la clase social en la que se ha nacido. Escuchaba esta semana en Onda Cero la sección que protagoniza Josemi Rodríguez Sieiro en Herrera en la Onda. En dicho espacio, Josemi se somete al juego, con gran dominio del humor, de todas las barbaridades que vierten los oyentes sobre su persona. A él todo le resbala como agua sobre una manta de aceite. Quizá porque es un hombre libre. El pasado jueves, una señora dejó un mensaje en el contestador en el que le llamaba engreído y petulante por presumir del patrimonio que tenía. La oyente le exigía que callara aquello que producía envidia a la audiencia. Josemi contesta las preguntas con su verdad y sin remordimientos. Es como es, por lo que sea, mientras no se haya saltado ninguna ley para lograrlo. Se tienen propiedades porque se han ganado con el trabajo o con la herencia. No puede ser insultante haber nacido en cuna de encajes.

Todo es motivo de enfrentamiento y ruptura. La raza, el sexo, la política, la religión, la forma de vivir, de nacer y de ¡hasta vestir! Así que pronto escribiré del desgraciado y emergente fenómeno de los canis, ésos que sin mediar palabra golpean a cualquier vecino por su indumentaria.     
 
Mariló Montero   
 


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