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Antigua mezquita de Isfahan |
Hoy se que no he sabido nunca. Hoy se que algo que ha convivido conmigo durante muchos años de mi vida deseaba contarme hermosas historias mientras yo la ignoraba. ¡Cuánto tiempo perdido! ¡Cuántos años ha vivido mi mente en la oscuridad del analfabetismo! ¡Cuántos años, como dijo aquel, mi mente ha sido una noche sin luna y sin estrellas!
Una alfombra mágica me abrió los ojos en una de las más hermosas ciudades del mundo que yo haya conocido: Isfahan. La Sevilla de Irán; la ciudad de los mercaderes de alfombras persas que tantos años han calzado nuestros pies llegando a convertirse en la segunda piel del suelo de nuestros salones. Ahora, siento, haber pisoteado durante años los símbolos adorados de la cultura iraní como ahora, entiendo, se desprecia su verdad con la limitada información que trasciende sobre un país donde predomina la generosidad y humanidad de un pueblo conmovedor eclipsado por líderes religiosos y políticos que olvidan a sus ciudadanos.
No hay que temer a Irán. Sus habitantes son los auténticos embajadores de una república islámica que obedece a una religión manipulada por la información y algunos de sus tergiversadores líderes religiosos y políticos. Muy a pesar de ellos, los súbditos iraníes dan vida a un seductor mundo que se encuentra tras las paredes de sus hospitalarios hogares. Un mundo real, auténtico, muy parecido al nuestro en sus costumbres. Él está habitado por personas que viven preocupadas y ocupadas en lo que en realidad es importante: ser amigable, sincero, alegre, generoso, espléndido, educado, vivo, amable, acogedor, noble, seductor, sano, caritativo, prudente, simpático, apasionante, pacífico…
Vivo bajo el influjo de la fascinación que me ha producido Irán tras mi estancia de una semana. Y eso se lo debo a sus gentes. A Tahere, Kati, Esmat, Aras, Ali, Amir, Alheleh, Dogy y su gran familia. De mi vocabulario fonético forman parte ya palabras en lengua Farsi como, Rossary (pañuelo que cubre la cabeza) Chador (velo negro que cubre todo su cuerpo, excepto el rostro) Rupush (abrigo hasta la mitad de muslo) Chetori (¿Cómo estás?) Hubam (estoy bien) Sabbehe (buenas noches) Vale (si) Mohr (piedra para el rezo) Jodafes (ve con Dios) o Mersi (gracias).
Todo ello estaba en esa alfombra de mi salón, en la piel de mi suelo que tantos años he pisoteado con insultante ignorancia. Todo esto está, así mismo, en la información bien transmitida y comprendida de esa alfombra mágica de Isfahan que me llevó volando también a Teherán. Todo esto debe ser bien contado en los medios de comunicación. Todo el embrujo, toda la esencia que me ha sido desvelada en Irán, por fortuna, ha dado luz de luna y de estrellas a mis noches en tinieblas.
Les puedo asegurar que si abandonan los prejuicios importados por intereses políticos manipulados, irán a Irán. Irán sin miedo. Irán. Jodafes.