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Diario Sevilla
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22 de julio de 2007

Un castigo desmesurado


Tengo la impresión de que miles de navarros viven enmudecidos por el espanto que les ha podido producir la decisión que ha tomado un juez de Fuenlabrada. El juez decidió retirarle las visitas a un padre porque éste sacó a correr a su hijo de diez años ante los mansos del encierro de San Fermín. Con este precedente se podría crear una lista interminable de hijos separados de sus progenitores por el mismo motivo.
 
La sorpresa alcanza dimensiones descomunales, puesto que en Navarra, como en muchos pueblos de esta piel de toro llamada España, son cientos los niños que corren en los encierros que se vienen celebrando, desde nuestros ancestros, como una tradición cultural. Más antes que ahora, el peligro ha existido siempre a la hora de correr un encierro y nunca, que yo sepa, se le ha retirado la custodia a un padre porque su hijo corriera ante los mansos. Hay multas demoledoras. Nadie, en su sano juicio, puede pensar que en la voluntad de Luís Miguel Gómez, como en la de otros padres, esté poner en peligro la vida de su hijo.
 
Sospecho que este caso podría tener un agravante que lo hiciera especial y que, además de llevar a atajar esta costumbre con una ley que prohíba los encierros a menores de dieciséis años, no sólo en Navarra, sino en todos los pueblos de España –cosa que más que aprobar, si me apuran, reivindico- pudiera convertirse en motivo para retirar custodias. Lo que habría que valorar es que, en este caso concreto, existe la circunstancia  de que el matrimonio está separado. Podría darse el caso de que la madre del pequeño, al ver la fotografía en la prensa, utilizase el hecho como un acto de venganza contra su ex-marido. Es una idea arriesgada que no puedo quitarme de la cabeza, pero  que tal vez aconsejaría suavizar el castigo impuesto al progenitor.
  
Imaginemos, por un momento, una escena que se repite en numerosas familias españolas. Pongamos que el matrimonio no estuviera separado y que el padre hubiese contrariado la voluntad de la madre al hacer correr a su hijo ante los mansos. En tal caso, el hecho se habría quedado en una bronca casera con un final civilizado. Eso es lo que pasa en las casas de los navarros: unos defienden la participación de los menores en los encierros como una forma de continuar con las tradiciones y de sentir las escalofriantes emociones heredadas y otros vemos un peligro excesivo en unas costumbres que deben acabar. Pero esa disputa no tuvo lugar entre nuestros protagonistas, sino que se habría pasado a la denuncia de manera automática.
 
Mal está que Luís Miguel Gómez se mostrara desafiante al confesar públicamente que seguiría corriendo los encierros con su hijo y que para ello continuaría pagando las multas interpuestas. Peor que se salte la ley de espectáculos taurinos de Navarra. Pero infame que la Justicia corneara al pequeño y que le impida ver a su padre. Ahora teme que su padre pueda terminar en la cárcel.


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