Era mi padre quien compraba las postales para felicitar la Navidad. A principios del mes de diciembre esta tradición que anunciaba la llegada de la Natividad, y no el alumbrado de El Corte Inglés, nos reunía a toda la familia alrededor de la mesa de la cocina para escribir las felicitaciones a nuestros amigos. Recuerdo que la pila de postales navideñas era muy abultada, superaría el centenar. El trabajo se realizaba en cadena. Mi padre y mi madre se encargaban de escribir el mensaje tradicional de entonces que llevaba implícito el auténtico espíritu de la Navidad. En pocas palabras escogidas con mimo se daba a entender el sincero afecto que se profesaba a quienes deseabas tener cerca cuando se encontraban lejos o a quienes estando lejos demostraron tenerte cerca en algún momento del año. Luego las tarjetas pasaban por cada uno de los cuatro hijos quienes íbamos firmándolas una a una. Al final, los hermanos nos peleábamos por darle el lengüetazo al sobre y al sello. Aún conservo ese sabor a sello de amigo.
Es posible que la emancipación fuera el motivo que nos desvinculara a los hijos de perpetuar su herencia. Yo dejé de enviar postales de Navidad conforme mi buzón se iba informatizando. Con la llegada de internet y los SMS de los teléfonos móviles, los buzones son una especie en extinción como el sabor epistolar de las misivas. Hoy, los españoles, enviarán cien millones de SMS a través de los teléfonos móviles en los minutos previos y posteriores a las doce campanadas. Como si un sentimiento de orfandad nos invadiera, por aquella heredad ausente de nuestros padres, millones de personas optarán por escribir un mensaje rápido que resuelva el remordimiento. Somos una generación marcada por aquellas tarjetas animadas por secuencias pintadas a pastel llenas de ternura y siempre nevadas.
Se empieza por las llamadas personales, pero agotado de largas charlas forzadas, optas por escribir un mismo mensaje para reenviar de la A a la Z. Los textos también han variado mucho con los nuevos sistemas. Los hay muy cursis, otros trasladan al nuevo sistema el mensaje tradicional, los más habilidosos hacen dibujitos, se agradecen los divertidos y en alza, están los que contienen ideología política.
Ya, conforme por el deber cumplido, es tu móvil el que comienza a vomitar a borbotones un pitido incesante que anuncia la llegada de cada mensaje. Como todos hacemos lo mismo, son varios los teléfonos que sonando sin cesar, exasperan a la reunión. Mucho queda por perfeccionar la felicitación navideña por SMS para que ésta se convierta en algo gratificante, emotivo y pueda volver a ser una cuestión de familia.
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