Está por probar que los medios de comunicación, en la práctica de uno de los artículos de su Código Deontológico en el que se adquiere el compromiso por la paz y la justicia social, provoquen sobre el espectador el efecto contrario. Está por demostrar que ese esfuerzo periodístico por defender los derechos humanos, la no violencia y la justicia social dispare este anhelo contra un espejo. Dentro de los numerosos artículos, se recomienda, así mismo, mantener gran cuidado en la publicación de noticias de suicidio o tentativas del mismo. La aplicación de este capitulo depende de la ética o moral del periodista, a pesar de no ser una obligación. Sí es delito, en cambio, dentro del Código  Penal (art.18),  la incitación al suicidio a través de cualquier medio de comunicación, y una vez más está por probar que la televisión lo haga.

No siendo delito la difusión de estas noticias, parece cierto que su divulgación causa a veces un efecto contagioso. Es decir, tras la difusión de un suicidio se producen en cadena varios más. Así pues, en general, no se debe hacer mención alguna de los casos de suicidio consumado o frustrado.
Este hecho me ha llevado a relacionarlo con el efecto que podría causar la publicación de las emergentes agresiones grabadas en teléfonos móviles en los últimos meses. Y digo últimos meses porque por lo menos yo no conocía semejante aberración hasta ver en los informativos la que cometieron unos adolescentes contra un mendigo. Después de ésta vinieron muchas más en cadena.
El hecho ha sobresaltado a la sociedad, responsabilizando a los padres de una hipotética mala educación sobre sus hijos.

La adolescencia conlleva unos comportamientos psicosociales complejos. Los chavales se sienten invadidos por problemas no deseados de los que quieren salir, pero que no saben cómo hacerlo. Según datos ofrecidos por algunos expertos, el 20% de los jóvenes ha pensado alguna vez en el suicidio: “un fenómeno multifactorial, tanto desde lo microscópico, como pudiera ser un factor genético, hasta lo macrosocial”. Como ven, un  problema más grave de lo que nos tememos.

Confirmado el hecho de que la televisión y los juegos electrónicos influyen de manera decisiva en ellos, los medios deberían dirigir su función para lo bueno y contra lo malo, evitando alentar hacia lo irracional alguno de los hilos de la maraña psicológica adolescente.

Si quienes se divierten grabando palizas en los móviles confirmaran la influencia de los medios en sus acciones, se debería  actuar en consecuencia. Sin limitar la libertad de expresión, pero alejada del amarillismo, se podría dar una difusión añadida a los pocos esfuerzos y algunas acciones preventivas para que el que las vea se identifique y sepa cómo salir del problema. Hay que acabar con el contagio.