27 de abril de 2024
 
   
     
     
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Inmigrante por un día


Quienes habitamos en el ‘super mundo’, vemos, con claridad manifiesta, los límites alcanzados por quienes huyen del ‘submundo’. Si pensamos en los inmigrantes que llegan de manera incesante a nuestro país, sabemos que la muerte es su frontera. Hasta ahora, el fenómeno de la inmigración se circunscribía a la voluntad del individuo dispuesto a someterse al sistema establecido por los negreros y el incesante puente marítimo en el que invierten sus ahorros, sus sueños, su vida.

Pero el mundo de la inmigración nos sorprende con una nueva línea: ser inmigrante por un día. La oferta turística, respaldada y financiada por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los pueblos Indígenas del Gobierno federal mexicano y el municipio indígena de Hnahnu, administrador del Parque Ecológico del Estado de Hidalgo, se practica allí desde hace más de dos años y ha generado setenta y dos puestos de trabajo en el pueblo. Dicen los promotores de este nuevo turismo que la iniciativa se creó con el propósito de generar empleo para que las personas de la comunidad no tuvieran que emigrar hacia EEUU en busca de oportunidades y para concienciar a los turistas del fenómeno migratorio. Su geografía, árida y montañosa, debe resultar perfecta para simular el cruce fronterizo, donde los auténticos “espaldas mojadas”, que atraviesan el desierto, montañas, ríos y barrancos sin tener donde refugiarse,  mueren de sed, cansancio, ahogados o son atrapados por las autoridades en su camino. El resto, los indígenas lo han dispuesto como quien quiere pasar un día en el espectacular Oeste almeriense, con personajes que actúan para el turista de “polleros” o “coyotes” (guías), vigilantes, emuladores de ruidos de la Patrulla Fronteriza estadounidense y “levantones” (secuestros en camioneta).

La odisea para el grupo de veinte turistas comienza a las 20:00 horas y suele terminar a las 2:00 de la madrugada siguiente, e incluye que los excursionistas se arrastren por el suelo, atraviesen túneles y se escondan en campos de maíz e incluso sean secuestrados por “polleros” (traficantes de personas) ficticios. Por el módico precio de once euros la experiencia, siempre según los promotores, les sirve para hacer ejercicio, vencer el miedo, ser disciplinados, obedientes y ponerse de acuerdo para hacer bien las cosas. Sorprende que en la vertiente frívola de semejante propuesta no se haya añadido el hambre, del que resultaría una buena dieta.

Hacer del calvario migratorio una oferta turística podría juzgarse por una doble moral y justificarse ante la necesidad urgente de un pueblo. Pero los motivos atrayentes para el turista deberían ser más inteligentes.

 


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