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Diario Sevilla
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3 de noviembre de 2005

I Máster en Princesa


Se cumplen hoy ciento cuarenta y ocho días desde que Don Felipe y Doña Letizia contrajeran matrimonio. Huyendo de la rigurosidad numérica, que se cumplió el pasado 31 de agosto, y atendiendo al hábito político de hacer valoraciones tras los primeros cien días de cualquier gobierno, me tomo la venia de hacer balance sobre la adaptación de la Princesa de Asturias a su ya normalizada situación. Más aún tras su asistencia como miembro de la Familia Real a los actos oficiales del Día de la Hispanidad. En la posterior recepción se aproximó, tras su rodaje por numerosos países del mundo, a personalidades, amigos y demás invitados, los cuales pudieron estrechar su mano y conversar con ella relajadamente.

Se nota que los españoles nos hemos habituado a la vida, posición, imagen y comportamiento de la segunda dama de España. Intuyo que lo es, al menos en cierto sentido, pues de primera ejerce la Reina y el tercer puesto pasa a ocuparlo la esposa del presidente del Gobierno. El protocolo lo hace visible así en las recepciones y en las posiciones que ocupan ahora los miembros de la Familia. La llegada de Doña Letizia ha desplazado un paso a la derecha a la Infanta Elena, por lo que entiendo que, siendo ya la mujer del heredero a la Corona, se genera este otro rol de segunda dama.

En el negro sobre blanco se han templado las tintas. Las apariciones públicas de la pareja, aunque siguen despertando interés y a pie de calle se revuelven entusiastas las masas, las columnas de opinión de los medios de comunicación no copan como antes su interés sobre sus latigazos de pelo, la altura de sus tacones u otros desajustes. Hoy no se publica más allá de la pura información de una agenda cotidiana. No obstante, ante este silencio mediático no huelga la observancia. Doña Letizia dijo cuando ejercía de presentadora de informativos que la imagen decía mucho sobre la persona. Ella, entonces, trataba de salir inmejorable. En cambio, es ahora cuando su esfuerzo se encamina en dirección inversa. Se rebela contra las portadas de las revistas de moda y para ello repite deliberadamente trajes, convirtiéndolos así en pulcros uniformes de trabajo, algo que enciende la decepción en las peluquerías, donde siguen esperando con avidez una clonación de Rania de Jordania, y apaga las críticas mediáticas al no aniquilar en ropa el presupuesto asignado para el Príncipe.

Doña Letizia controla su lugar, maneja la discreción hábilmente, la rigidez de su cuello se suaviza, es buena embajadora según las crónicas, aguanta sin vahídos auténticos parones semanasanteros y ha añadido el saludo personalizado a los invitados. O Bush le ha prestado a Doña Letizia su petaca chivadora para los debates con Kerry o ésta se ha aprendido todos los nombres propios para conquistar a grandes y pezqueñitos. Nota: I Máster en formas de Princesa, aprobado. Ahora, a por el II Máster…, en contenido.

Mariló Montero 


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