26 de abril de 2024
 
   
     
     
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Pasa página o en algún lugar


En algún lugar del mundo hay ahora un niño perdido. Le supongo solo y descarriado puesto que la última vez que lo vi nadie le acompañaba. No se si gemía, o no. No movía el gesto. No sé si lloraba o no. Me era imposible escuchar los sonidos que le rodeaban. No sé si sació su hambre con un plato de spaghetti que comía servido en un orinal. La escena que presencié no evolucionaba. No se si abandonó el sofá donde permanecía sentado sobre una montaña de escombros o lo abandonó. Eso me desazona. No saber su destino. 

El resto es producto de la imaginación que yo le quiera echar a la solidaridad nacida de la voluntad de mi recuerdo.

 Ese niño sin nombre lo encontré en una fotografía publicada en un periódico que relataba el horror que sufren miles de damnificados por el terremoto que sacudió el pasado sábado las ciudades indonesias de Yogyakarta, Banjul o Klaten. Otra vez Indonesia; la del tsunami de 2004 donde se dio por muertas y desaparecidas a 230 mil personas. La fotografía me contó, dentro de sus fronteras, la monstruosidad en las islas. Solo era necesario querer ver lo que el pequeño me contaba sin decirme nada. Que el sábado estaban tranquilamente en la isla cuando, en 45 segundos, un temblor de 6,2 grados en la escala de Ritcher deshizo su ciudad donde ahora amenazan con venirse abajo tres viviendas que quedaron en pié de las 150 que había en Bobok. Que hay más de cinco mil setecientas personas fallecidas, doscientas mil desplazadas, sin hogar y que hay un volcán, el Merapi, que les amenaza con escupir su lava.

Más allá de las fronteras del retrato fui capaz de ver que los escombros eran trozos de estructuras de construcción frágil. Sí se, que en una de las calles colapsadas por el éxodo del miedo cuelga un precario papel pidiendo auxilio y un recipiente donde se esperan las monedas: la ayuda humanitaria que tarda en llegar por la lluvia, por la inaccesibilidad del terreno, por la falta de organización, por todo, como siempre. Hay camiones que han llegado a zonas devastadas por la sacudida y que tras lanzar a los caminos un saco de arroz para repartir entre un millar de personas, han continuado su carrera.

Es todo lo que una fotografía da y todo lo que nos llega de estas desgracias que se evaporan habiendo pasado la página de un periódico cuyo destino es la papelera o una nueva prioridad periodística. La punzada nos dura lo que  un diario.

Fueron 230 mil personas por el tsunami, ahora van por casi seis mil, en las Torres Gemelas, tres mil. La muerte nos duele por su remitente y depende del destino donde envía sus cartas. ¿Tiene sentido que el Papa pregunte a Dios lo que le cuestionó en Auschwitz: Por qué permites esto? No es Dios a quien debemos pedir explicaciones, sino al Hombre que lo permite.

Para la nueva reconstrucción se piden 120 millones de euros. ¿Qué se llegó a erigir con las ayudas enviadas tras el Tsumani? ¿Una vida sobre una corteza terrestre, conocida como el anillo de fuego, donde hay localizados 497 volcanes de los que 129 están en activo?

 Hasta en una fotografía puedo entender que abandonar tu tierra es desgarrador pero habrían de utilizar el talento dirigente para prevenir e incluso evitar nuevas desgracias bíblicas. En algún lugar del mundo miles de personas se están muriendo a fuego lento y lo veremos en fotografía.


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