Mi fiel lector y amigo Juan Antonio Bertomeu me hace caer en la cuenta de una coincidencia de fechas en las que, imperdonablemente, no había reparado: este año de 2008 se celebra el centenario de Rafael de León, a lo que dediqué unas letras semanas atrás, pero, a la par, también cumplen cien años de nacimiento figuras tan señeras como Concha Piquer, Miguel de Molina y Angelillo. Nada menos. Aquel 1908 vio cómo en Sevilla, Málaga, Valencia y Madrid venían al mundo cuatro ejemplares irrepetibles, individuales, sugestivos y creadores de tendencia que dieron a la canción española, andaluza, copla o cuplé momentos que difícilmente se han vuelto a alcanzar. Y que, además, demostraron ser libres e independientes en tiempos propios del gregarismo más absoluto.
Muchos ignorantes han creído ver en artistas como los mentados a simples adoradores del régimen que les tocó vivir, cuando no a colaboradores manifiestos de una dictadura por la que trabajaron servilmente. No tienen ni idea. Rafael de León no tuvo suerte en ninguno de los dos bandos que consumieron a sangre y fuego la vida de tantos hombres y mujeres; Angelillo, el vallecano de voz fina y sugerente, vivió la tragedia del exilio a causa de sus ideas republicanas y, después de recalar en Orán, tomó un barco para México –murió en un quirófano a consecuencia de un corte de luz en el hospital en el que era intervenido–; Miguel de Molina huyó inopinadamente a Argentina después de ser represaliado por su condición sexual y por la especial valentía de su galanteo imprudente –cortejó a quien no debía, recibió una paliza y lo acusaron de haber cantado para las tropas republicanas en la Valencia en la que lo sorprendió el alzamiento–; Concha Piquer demostró la rebeldía de su carácter ante el mismísimo general Franco en las contadas ocasiones en las que hubo lugar, como aquella vez, en La Granja de San Ildefonso un 18 de julio, en la que se negó a saludarle vestida de artista o aquella otra en la que se resistió a cantarle Tatuaje alegando no haber merendado. La Piquer rechazó el Lazo de Isabel la Católica alegando que ya lo tenían «Pelé, Melé y la chica de Benaglé» y, por ejemplo, en San Sebastián, durante la contienda, dio cuenta de su carácter resuelto cuando la instaron entre bastidores a que interrumpiera la canción que interpretaba, pues era obligatorio que se escuchara por los altavoces el parte de guerra de ese día: ni que decir tiene que se negó y siguió cantando, lo que le costó 500 pesetas de la época en concepto de multa.
Eran artistas totales que se jugaban la voz y el patrimonio cada vez que salían a escena, no tenían subvención alguna y no sabían lo que era el canon, con lo que acusarlos de colaboracionistas con el franquismo es una reducción a la idiocia propia de indocumentados. El montaje de los espectáculos salía íntegramente del bolsillo de los empresarios o de los propios cantantes, que unas veces ganaban sus buenos duros y que otras veces los perdían. Ganaron dinero, especialmente la valenciana, y supieron guardarlo convenientemente. Angelillo fue el menos favorecido por la ruleta de esa fortuna, pero Miguel de Molina triunfó en los teatros de la avenida Mayo de Buenos Aires y disfrutó de una mansión señorial y fascinante en el barrio de Echevarría hasta el final de sus días. Vivía prácticamente encerrado en la cocina de su casa, que era un museo en toda regla: poco tiempo antes de morir vendió dos cuadros de Utrillo por los que le dieron el dinero suficiente como para vivir en la Argentina de la crisis durante un buen puñado de años. Volvió a España en los cincuenta, nada se lo impedía. Se anunció en el teatro Albéniz y… no pasó nada, auténtica razón en la que hay que buscar las explicaciones a que se negara a morir en la Málaga que lo vio nacer. Cualquier semana de éstas tengo que describir aquellos tres días pasados en su compañía en los que conseguí el documento impagable de su testimonio en forma de entrevista para la televisión.
Cuatro grandes que jamás necesitaron el favor de subvención alguna, que supieron cantarle las cuarenta al poder y que vivieron sus vidas al calor de su carácter peculiar y significado. Todos, de 1908, que ya es casualidad. A ver si aprendemos.