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19 de abril de 2009

EL AGUJERO NEGRO DE LOS NIÑOS DESAPARECIDOS


Se cumplen dos años de la desaparición de Madeleine McCann, la pequeña y rubia chiquilla de ojos grandes que pasaba unos días de vacaciones con sus padres en Portugal. El misterio sigue prácticamente en el mismo punto en que se quedó poco antes de que desapareciera el interés de los medios de comunicación por su caso, quizá el que de forma más extendida ocupó a millones de personas en todo el mundo. La investigación quedó encallada en un punto a partir del cual todo se redujo a un puñado de especulaciones y conjeturas: no sabemos, a día de hoy, si la niña fue raptada, desapareció extraviada o fue asesinada. En medio planeta cundió la sospecha de que los propios padres eran responsables del suceso: la Policía portuguesa, de hecho, no abandona del todo la hipótesis, pero nada sustancial ha probado hasta ahora. ¿Qué le pasó a Madeleine? Evidentemente, nada bueno, pero no sabemos qué. El misterio, desgraciadamente, se encamina a hacerse eterno. Leo que el padre de la niña piensa viajar a la villa de vacaciones en la que pasaron aquella fatídica semana con la intención de intensificar su búsqueda o rescatar el caso de su hija del olvido al que inevitablemente se abocan las cosas así pasa el tiempo. Una espectacular campaña de donaciones recaudó cerca de cuatro millones de euros, fondos que teóricamente debían servir para desarrollar una búsqueda intensa por donde fuera necesario y que, al parecer, gestionan directamente los propios padres de la niña, padres que jamás podrán sacudirse de encima el impertinente murciélago de la sospecha. Todo lo que hagan siempre será observado con lupa: de hecho, la posibilidad de que lo que realmente lleve al padre a viajar de nuevo a Portugal sea el rodaje de un reportaje especial de la Channel Four no hace sino convertirlo en objeto de nueva polémica. Lamentablemente, lo más probable es que aquí sea muy difícil hacer cierta aquella expresión de «El tiempo lo dirá». Por lo que parece, el tiempo no va a decir nada. De la misma forma que tampoco lo ha dicho de otros niños desaparecidos. No podemos olvidarnos de Yeremi Vargas. O de Sara Morales. Ambos canarios, desaparecieron sin dejar pista alguna: del blanco al negro más absoluto. Hay un sospechoso, pero faltan pruebas. ¿Qué queda en el corazón de esos padres que no tienen, siquiera, la constancia de un cadáver? Póngase usted en la piel de ese hombre y de esa mujer: ¿qué han hecho con mi hijo? ¿Dónde está mi hija? Así un día y otro día, muriendo poco a poco, consumidos por la incertidumbre y por la ausencia.

Una página de la Red, www.sosdesaparecidos.es, procura mantener vivo el recuerdo de aquellas personas que han desaparecido aparentemente contra su voluntad. En ella se da razón de la desaparición más enigmática de los últimos años en España, el caso del niño Juan Pedro Martínez. Juan Pedro viajaba en un camión con sus padres cuando éste volcó y, de resultas, fallecieron ambos. Era 1986. Juan Pedro, que viajaba también en la cabina del camión y contaba con diez años de edad, desapareció misteriosamente. El niño, que hoy tendría treinta y tres años, pudo haber sido recogido por alguien –se sospecha de una furgoneta blanca– que, en el mejor de los casos, habría cambiado su identidad y se habría quedado con él, caso improbable de no ser que éste sufriera una importante conmoción que le hiciera olvidar lo ocurrido y su vida anterior. De haber fallecido como consecuencia del accidente, ¿dónde está su cadáver?

Dicha página de Internet es absolutamente desoladora. Una lectura rápida de la misma deja a cualquiera con el corazón encogido. Cientos de casos como el de Yeremi, el de Madeleine, el de Sara o el de Juan Pedro siguen a la espera de una aclaración. Nadie que lea las historias que en ella se relatan podrá pasar el resto del día sin un nudo en el estómago. Siento estropearle el domingo, pero si quiere siquiera imaginar por el calvario que están pasando tantos padres en España dedíquele cinco minutos a su lectura. Y después respire aliviado, si quiere, por no ser uno de ellos.


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