Tony Manero vestido de smoking es una demostración más de que la especie evoluciona y los camaleones se adaptan al paisaje inmediato. El Musikverein lucía espléndido de focos y frío cuando Manero entregó al guardarropa la capa a lo Elvis que lo protegía del intenso frío de Viena el primer día del año, cuatro grados bajo cero, casi como en Laponia. ¿Cómo había logrado una entrada para uno de los espectáculos más pretendidos por los espectadores del mundo? La Filarmónica de Viena sortea a través de su página web buena parte del aforo de la sede de los Amigos de la Música: se debe uno registrar desde el día 2 de enero hasta el 23, el formulario es sencillo y explica claramente que no importa ser el primero en hacerlo ni registrarse cuarenta veces, el sorteo sólo contempla un número por persona y se realiza con todas las de la ley. Al que le toca, le toca y ya está. Pero Manero, carne de música tantos años, tantas salas de luces psicodélicas en las muescas de sus botas, tantos conciertos vividos y bailados, tiene amigos. ¿Amigos Manero en la Filarmónica de Viena? Exactamente no, pero sí en el entorno. Manolo, el abogado melómano, descolgó el teléfono y le pidió al concertino un lugar para el héroe de las pistas. El violinista, consciente del fenómeno, rascó su bolsillo y cedió una de las que la orquesta se queda para hacer negocio con la reventa, por las que se piden cifras considerables y que sólo pueden ser adquiridas con paquete completo, paquete Comansi, de estancia de cuatro días, cena de gala y visita a la ciudad y mucha Sisí Emperatriz y mucho Habsburgo y mucho filete empanado, que, por cierto, está riquísimo donde Hermann Tertsch le dijo a Manero que fuera a probarlo, a Leopold Kupferdachl, a medio camino entre la taberna austriaca con camarera vestida medievalmente y el restaurante de todos los días, de todas las partes, una carne, una sopa y un adiós. A las puertas de Kupferdachl se topa uno con un puesto de salchichas extraordinario. A Manero, que le fascinan, le cupo aún una de ellas entre pecho y espalda, con su mostaza, su pan y su hot dog de tamaño pornográfico.
Cuando Manero tomó asiento entre un bosque de japoneses haciéndose interminables reverencias –¿cuándo sabe un japonés que la última reverencia no será contestada por su interlocutor y que no es necesario volver a empezar?–, miró al techo, al frente y a los lados y saboreó el gusto clásico de una Viena que ha sufrido ser el detonante de un par de guerras mundiales y que, aun así, no perdió jamás la dignidad de vieja ciudad imperial. La Filarmónica tuvo también que ver algo en ello: cuando Hitler mangonea para hacer de su tierra natal una provincia más de Alemania, es la orquesta la que organiza un concierto meramente vienés, absolutamente Strauss, para reafirmar la voluntad irredenta de los austriacos. Así nació el Concierto de Año Nuevo, sólo suspendido desde entonces en tres ocasiones con motivo de la guerra. Ya han designado, por cierto, al director que elegirá el repertorio y conducirá la más famosa de las orquestas en el más famoso de sus conciertos: de nuevo George Pretre, el magistral director francés que dio un auténtico recital en 2008, volverá a subir al podio y a congregar en torno a él a unos cuarenta millones de personas a través de la televisión y a unos pocos cientos, como Manero, en la platea.
La semana próxima habremos de saber cómo analizó Manero el trabajo de Barenboim. Continuará…