Oiga, ¿tiene usted el último de Raphael?
–Lo siento, está agotado.
–Vaya por Dios. Es la tercera vez que acudo en su busca.
–¿Pero usted no es el que viene siempre a por rarezas de rockeros viejos?
–Sí, soy yo, el mismo.
–Pues no me imaginaba tanta perseverancia en un seguidor empedernido de la voz de Ian Gillan. ¿No es usted el que me pide siempre cualquier cosa cantada por Paul Rodgers?
–Sí, soy yo. También me gustan hasta la extenuación Brian Johnson, Robert Plant, David Coverdale´s y Axl Rose. A mi entender, son las mejores voces, pero lo de Raphael es otra cosa. Sepa que mis solistas preferidos son tipos que peinan más canas que yo, a los que tengo un respeto imponente y a los que debo los mejores momentos de mi vida. Me enloquece el punteo de Gary Moore, el de Joe Satriani –mi favorito–, el dolor de blues de B. B. King, la flauta mágica de Ian Anderson, la bordería creativa de Ritchie Blackmore, la furia de Angus Young y la clase de David Gilmour. Pero he venido a por el disco de Raphael porque tiene la grandeza de lo impar, de lo único, qué quiere que le diga.
Joan Miró decía que para triunfar en el arte había que crear un espacio no ocupado hasta el momento: no vale acudir a lugares ya creados y pretender hacerse con un lugar al sol, hay que fabricar un compartimento nuevo tan sumamente personal que todo lo que llegue después no deje de ser una imitación peor o mejor. Por eso, me gusta este tipo descomunalmente artista. El disco que le pido no es sino un reconocimiento de muchos artistas españoles, tan raritos ellos, a un sujeto incomparable. Mire, aquí ha estado tan ideologizado todo que han tenido que pasar muchos años para que algunos nombres de los que están en este disco que le pido –y que usted no tiene– entreguen la cuchara y reconozcan la inmensidad de un tipo como Raphael, que cuando usted no había nacido ni sus padres se habían conocido ya llenaba teatros en Rusia –sí, sí, en la Unión Soviética de entonces, a la que sólo llegaban mi prima María Rosa, un granadino llamado Michel y el insuperable Antonio, el bailarín–. Ahí están Miguel Ríos, Víctor y Ana o Sabina. Está Adamo –el que tuvo, retuvo– y está la gran Paloma San Basilio. Y un soberbio Enrique Bumburi, y un espléndido almeriense llamado David Bisbal. Sepa usted, joven y atenta dependienta, que, siendo un veinteañero, un país tan sumamente pasional como México ya lo había hecho suyo, hasta el punto de no soltarlo jamás. Y que llenó el Madison Square Garden cuando nadie en España hablaba de ese aforo con tanta familiaridad; cosa que, por cierto, volvió a hacer hace poco. Y que, cincuenta años después, aún canta mejor que cuando era capaz de romper todos los esquemas de su tiempo. Dicen que un día vio a un mimo, se emocionó y descubrió un camino distinto que seguir. Efectivamente, su puesta en escena ha sido tan personal que ha tenido que pagar peajes por ello, pero a su vez le ha granjeado millones de seguidores en todo el mundo. Ahora estamos acostumbrados a que los españoles triunfen en el planeta jugando a tenis o cantando ópera, pero hubo un tiempo en que se contaban con los dedos de media mano los que salían del país y eran capaces de revolucionar un aeropuerto. Raphael era uno de ellos. El más, en una palabra. ¿Quiere que le cante alguna de sus canciones? Creo que me las sé casi todas. No se sorprenda, los placeres excluyentes no existen; y si existen, están equivocados: me emociona por igual Cierro mis ojos que la forma del solista de los Purple de atacar Child in town, pieza del Made in Japan que le aconsejo y que no deja de estremecerme así pasen los años.
El de Linares es un símbolo de un siglo de luces y sombras. Pasional, honesto, cabal y sincero, lleva dejándose la piel en los escenarios cincuenta años. Por eso he venido a comprarme el disco. Creo que hay algunas piezas impagables de nuestra educación sentimental. Y es una demostración de que los años curan muchas prevenciones absurdas: ¿usted cree que Serrat hubiese grabado con nuestro hombre veinte años atrás? Sólo por eso merece la pena estar hablando hoy de este disco.
¿Cuándo dice que le llega? ¿El miércoles? Apárteme uno, haga el favor.