Desde que santa Catalina Labouré interpretó una señal de la Virgen María en la que Nuestra Señora le encomendaba crear una medalla en la que la representara tal y como se le había aparecido, pocas medallas han tenido la repercusión mediática que ha conseguido la que el Ministerio de Cultura ha concedido al diestro Francisco Rivera Ordóñez. Nada menos que la Medalla a las Bellas Artes. Sea dicho de entrada que cada cual puede valorar como considere oportuno la idoneidad de este galardón: los habrá que estén de acuerdo y los habrá que piensen que otros toreros eran más idóneos para el galardón. Hasta ahí, normal. Unos, muchos, creen que el arte no es la principal característica del hijo mayor de Paquirri y que, probablemente, toreros de distinta factura eran más merecedores de colgarse del pecho la dichosa medalla. No se trata más que de la sanísima y provechosa diferencia de criterios que permite que el arte de torear genere contraste de opiniones y elementos permanentes de tertulia. Igual que se discute una oreja o una vuelta al ruedo, se puede discutir una medalla; igual que se abronca a un matador por una faena deslabazada, se puede abroncar al Ministerio; igual que se aplaude un esfuerzo en la lidia, se puede aplaudir la ejecutoria de un torero a lo largo de los años. Todo cabe. Lo que no cabe es la exageración y el amaneramiento. La medalla concedida a Rivera Ordóñez no es una medalla a un mozalbete ligón y superficial sin más: es la medalla a un torero que ha matado unos dos mil toros aproximadamente, que no es poca cosa. Los ha matado con más o menos gracia, con más o menos rigor, después de faenas más o menos completas, pero ha estado ahí delante durante algo más de doce años. A partir de ahí sería aconsejable guiarnos con un mínimo de respeto. La reacción de toreros como Morante, Tomás o el retirado Paco Camino ha sido extemporánea y desabrida. Innecesaria, añadiría yo. Donde los toreros deben polemizar y enfrentarse es en el ruedo, en la arena, donde la verdad del toro pone a cada uno en su sitio. Hacerlo en las páginas de los periódicos transmite la imagen de un colectivo cascarrabias y envidioso. La tauromaquia consagra valores intocables como el respeto, el honor, el valor, el pundonor y la vergüenza; no la envidia, el rencor o la arrogancia. A José Tomás –decía el inolvidable Joaquín Vidal–, le han dicho tantas veces que es de otra galaxia que él se lo ha creído. En virtud de ello ha considerado de poco valor que se lo equiparara a un mortal y ha procedido a devolver la medalla que en su día recibió exhibiendo una arrogancia absolutamente insufrible. Y ha convencido a seguir ese camino al que así se apellida, Paco Camino, máxima figura del toreo de su tiempo que no tiene ninguna necesidad de hacer el ridículo enviando medallas por correo a nadie. Morante de la Puebla, torero de empaque y no poca mística escénica, Embajador del Habano, ha dejado correr una reacción primaria e indebida que lo único que ha conseguido es reflejarlo como un torero cabreado. No creo que sea de recibo desbarrar violentamente como lo hizo al poco de saber que se le había concedido la medalla a Rivera. No le aporta nada. Y no le pega: siempre ha sido un buen aficionado que ha sabido comprender las tardes desafortunadas de sus compañeros, igual que sus compañeros han aplaudido sus tardes gloriosas. Tiene, indudablemente, una plástica más ‘artística’ que la del nieto de Ordóñez, pero también es víctima de la irregularidad que sufren toreros de su extraordinario corte. Ángel Luis Bienvenida, poseedor de la misma medalla, tuvo un corto recorrido en el mundo del toro, pero en su persona también se reconocía a una dinastía inconmensurable. Y ése puede ser un argumento manejado por quien ha distinguido a F. R. O. Levantar una polémica de desunión, en los tiempos que corren, en el seno del taurinismo no es la mejor receta para consolidar el apoyo de diversos sectores sociales, incluidos los contrarios a la fiesta de los toros. Déjense de polémicas, que de poco sirven porque ya están saliendo los toros por los chiqueros de España y ésos sí que necesitan atención. Y que Dios reparta suerte.
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