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3 de mayo de 2009

EL FENÓMENO BOYLE


Cíclicamente aparecen personajes en el medio global que acaparan durante determinado tiempo toda la atención. Susan Boyle es el último ejemplo y acaba de concitar la curiosidad de medio planeta. Es, tan sólo, una señora escocesa que canta muy bien. ¿Eso es suficiente como para ser más popular que el propio Obama en portales de Internet como YouTube? Depende. Boyle, como bien sabrán ustedes, es una mujer poco agraciada físicamente, inmersa en el denso mar de los comunes, que trabaja voluntariamente en tareas de atención social y que jamás ha sido distinguida por la varita que determina quién va a gozar de una vida excepcional y quién no. Acudió a un casting británico parecido a Operación Triunfo, interpretó una melodía de Los Miserables y conmocionó al público y al jurado. Hasta ahí, si me apuran, todo entra dentro de lo consecuente: en muchos países del mundo hay gente que canta bien y que impresiona a los que deben juzgar si vale o no. ¿Cuánta gente, de hecho, está oculta entre la masa social que esconde dotes artísticas asombrosas? Sin duda, mucha. Nuria de la Cruz, lectora y oyente, profesora de música, me hace llegar una reflexión que me invita a escribir estas líneas y a contestar a alguna de estas preguntas. «Mis alumnos me contaron que habían alucinado con una intérprete desconocida que en un casting cantó una pieza del musical que estábamos analizando. El detalle que me hizo ver el vídeo fue escucharles decir textualmente ‘¡cómo te vas a imaginar que una persona así vaya a hacerlo bien!’. ¿Una persona así?... ¿Así cómo?... ‘Pues cómo va a ser: fea’.» A Nuria la indignó que profesores televisivos de estupenda dentadura y rostro bronceado contuvieran a duras penas el asco que les motivaba la actuante y que luego justificaran su sorpresa confesándole que, viéndola, no hubieran dado ni un duro por ella. Posiblemente, el jurado, el público y los alumnos de mi lectora son de los que piensan que se afina, fundamentalmente, gracias a un buen culo y unas buenas tetas. Boyle, efectivamente, afina su poderosa voz con un gusto extraordinario y demuestra que no hay que ser Miss Escocia para ser artista. O para cantar bien, que no es exactamente lo mismo: hay grandes artistas que son cantantes regulares y grandes voces que no resultan artísticas ni transmisoras de emoción alguna. Pero a Boyle le ha beneficiado ser el Patito Feo, ya que, merced al fenómeno aplastantemente humano del pendulazo, el personal ha pasado de sentir asco a sentir cariño y veneración. Boyle es humilde, anónima, confiesa no haber sido besada nunca y muestra la naturalidad agreste de quien no ha tenido tiempo de impostar absolutamente ningún comportamiento. El resultado, evidentemente, es demoledor. Nada le gusta más al público que sorprenderse de que una candidata a convertirse, aparentemente, en un nuevo objeto de deseo friqui sea, en realidad, una poderosa artista de envergadura desconocida. El atractivo de muchos de esos castings es entretener mediante la contemplación de ilusionados aspirantes que cantan o actúan peor que mal, pero que creen que llevan algo dentro. Hay un mucho de crueldad en esas emisiones si no son tratadas con una cierta ternura ya en desuso. Casi todo es sal gorda, risa contenida, burla descaradamente abierta. Hasta que surge una Boyle y lo desmonta todo.

Al día siguiente, Nuria no impartió clase de do re mi. Optó por enseñar a sus chicos que los apriorismos son extremadamente peligrosos. Incluso los animó a mirarse en el espejo a ver si identificaban en ellos mismos alguna belleza excepcional. A la mujer escocesa mundialmente famosa habrá que desearle contención, ya que todo se ha desproporcionado: la última oferta que ha recibido es de millón y medio de dólares... por rodar una película porno. Esperemos que nunca tenga que añorar aquel tiempo en que sólo la oían los vecinos a través de la ventana de su cuarto de baño.


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