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17 de marzo de 2007

El 17 de junio,¡todos a Barcelona!


La fecha está elegida con la pretensión de desmarcarse de las grandes ferias que marcan la contratación de toda la temporada; el lugar, la plaza, es un dardo certerísimo contra las campañas absurdas de la política antitaurina. José Tomás, de nuevo, ha sabido ser diferente. Los aficionados que guardamos en el cuarto de atrás de la memoria los instantes sublimes de su torería, aquella verónica desmayada, aquel muletazo desganado, aquel terreno imposible mil veces pisado, hemos peregrinado de plaza en plaza siguiendo el rumor que aseguraba que el torero madrileño reaparecería por sorpresa tal día en tal lugar.
Cuando llegaba ese día, por supuesto, Tomás no reaparecía y seguía cultivando su perfil de mito. Precisamente, ése ha sido otro de sus aspectos distintivos: a diferencia de sus compañeros de faenas, él ha creado en torno a su personalidad reservada, rara, introvertida, eso que hace muchos años que no se da en el planeta taurino: una leyenda. Muy pocos conocen al torero más trascendental de estos últimos decenios. Muy pocos saben de sus aficiones, sus gustos, sus costumbres. Sólo conocemos su desprecio por el peligro y su sublime manera de engañar al toro sin mentir. En la plaza no habla y fuera de ella lo hace sólo con quienes él considera que son sus amigos. Pero les habla a los tendidos con un lenguaje que los aficionados entendemos al dedillo: el toreo de verdad, mayúsculo, sobresaliente. Después de siete años toreando en tentaderos de amigos, algo se ha vuelto a despertar en sus adentros para volver a someter a la máquina de su corazón a la tensión insoportable de sus inauditos terrenos, y ha elegido Barcelona, en junio, para su vuelta al ruedo de la verdad. Sabia elección. Los munícipes barceloneses declararon la guerra a la tauromaquia empujados por la cortedad de miras de quien cree que el símbolo por excelencia de la España que aborrecen debía ser desterrado de sus predios. Así, en una declaración que produce vergüenza ajena por su indigencia intelectual, manifestaron que la ciudad se convertía en antitaurina desde el momento de la promulgación de un texto absurdo y ridículo. Ellos, que pueden decidir si algo es legal o no, estaban decidiendo, en cambio, cuáles eran los sentimientos de los barceloneses o, mejor, cuáles debían ser. El acoso que han sufrido los aficionados barceloneses por la chusma que se manifiesta semanalmente frente a la plaza de toros Monumental ha resultado oceánicamente bochornoso casi tanto como las proclamas estúpidas de la ministra Narbona o de los independentistas de ERC, otros que tal, tanto que, precisamente para apoyar a esos héroes de la resistencia ante lo políticamente estúpido, Tomás ha elegido una plaza histórica como la barcelonesa. Allí debemos estar todos los que no nos dejamos avasallar por los dictados lamentablemente sandios de los enemigos de la fiesta, esos que dice la ministra que son el noventa y dos por ciento de los españoles ¿de dónde habrá sacado esa tontería?. A nadie obligan a ser aficionado: el que no quiere no va, y santas pascuas. Nadie, por tanto, tiene por qué prohibir asistir a las plazas a los partidarios. Tiene menos espectadores el cine español y, ya ven, nos cuesta una pasta que yo no discuto.

El domingo 17 de junio hemos de estar allí quienes creemosel sagrado valor de la libertad y quienes no comulgamos con campañas de odio enmascarado. Los aficionados y seguidores de Tomás gozaremos, además, de una cita histórica en la que compartirá cartel con Finito y Cayetano. La fiesta goza con nombres como ésos de una salud extraordinaria. El Cid, Ponce, Castella, Marín, Juli, Morante, Rivera y todo el escalafón están comenzando ya una temporada que promete ser apasionante. Lo siento por los que se excitan mucho con columnas como la presente y desatan esa furia tan propia de los intransigentes: no me caracteriza ningún afán provocador, pero no estoy dispuesto a esconderme ni a renunciar a una pasión que lleva emocionando a España desde hace más años que el hilo negro. A ver si ahora, de nuevo, merced a ministras o munícipes vamos a tener que volver clandestinamente a Francia a ver toros como antes se iba a ver películas o a comprar libros. Sería el colmo.
 


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