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9 de julio de 2006

Lázaro Papaíto Candal


Llenó la pantalla con su voz y su acento, con sus frases desternillantes, con su entusiasmo, con su sabiduría de antiguo futbolista
 

Hace algunos años, una mañana en la que les propuse a mis oyentes de Radio Nacional hablar de la demoledora noticia del derrumbe de los ranchitos que rodean Caracas -tragedia que se cobró la vida de muchos seres humanos-, donde viven los más desfavorecidos por las políticas autistas e indolentes de los sucesivos gobiernos de aquel despampanante país, entre muchas llamadas de venezolanos residentes en España destacó la de un hombre de voz rugosa y acento a caballo entre dos fronteras que me explicó con indisimulada pesadumbre la realidad de aquellos barrios y aquella gente. Se llamaba Lázaro y me dijo ser compañero de profesión, narrador deportivo, sobradamente conocido en Venezuela. Al poco de haberlo despedido, todas las llamadas de oyentes venezolanos que le siguieron hacían referencia reverente al gran Lázaro Papaíto Candal, la voz a la que yo no conocía y que, por lo que vi, era poco menos que una leyenda radiofónica y televisiva.

Ciertamente, me sentí muy honrado, pero ha sido ahora cuando he apreciado la dimensión efectiva de este gallego de nacencia que emigró en los cincuenta a Costa Rica y que recayó al poco en el país de Bolívar. Recientemente, en viaje de trabajo por la República Dominicana, un grupo de españoles queríamos ver el partido que enfrentaba a España y a Arabia Saudita y que fue, como sabemos, soporífero y digno de ser olvidado de no ser por lo que vengo a referir. La afición dominicana por el fútbol no es desbordante; en aquella isla, como en la vecina Cuba, predomina el baseball, con lo que las televisiones no le dedican más que referencias informativas. Nos salvó una estación venezolana llamada Meridiano Televisión, de excelente factura, que se captaba por satélite y que transmitía todos los encuentros, especialmente los de España. El narrador era, cómo no, Lázaro Candal.

Y ahí llegó la fascinación. Fiel a su máxima de «Reír, sufrir, gritar», el incomparable Candal llenó la pantalla con su voz y su acento, con sus frases desternillantes -Lorenzo Díaz entró en espasmos cuando le oyó decirle a Luis Aragonés: «Aféitate, Luis, querido amigo, que ya va siendo hora»-, con su entusiasmo contagioso, con su sabiduría de antiguo futbolista. A Candal lo conocen como Papaíto merced a una de sus frases más célebres: «¡Qué hiciste, Papaíto, qué hiciste!», que, según parece, se la dijo su hijo Álex siendo un niño y que él aplicó a cualquier fallo de cualquier jugador. Con ella, fíjense, cautivó a Venezuela, llegando a convertirse en parte de la entraña del país. Y también con aquella otra que se ha convertido casi en un lema nacional: «Y mañana. ¡Ay, mañana!». Nadie concibe un mundial sin Candal desde que debutara en las narraciones en el de Alemania del 74 y, viendo su desparpajo, su eterna frescura, su simpatía arrolladora, ahora entiendo por qué. Candal debería ser contratado en su país de origen, España, para animar una transmisión deportiva, no importa cuál. Un encuentro de voley playa narrado por este torbellino sabio se transformaría, de inmediato, en una final entre Brasil y Alemania. Seguro.

Papaíto Candal, periodista de calle, escribió un libro, prologado por Di Stéfano, titulado El fútbol es risa... y poesía. No me resisto a destacar de él unas rimas del gran Pemán que se hacen delicia con su sola lectura: «Dime poeta / si el mundo es como un balón / redondo por la ilusión / de llegar pronto a su meta / vale la pena jugar. / Silencio del altamar / luna llena... mar serena / viejo amigo


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Comentarios 1

10/06/2008 11:50:04 Rodrigo
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