El inolvidable Félix Bayón, días antes de ser trasplantado de corazón y en espera de que llegase el órgano adecuado, salía al balcón de su habitación hospitalaria impecablemente vestido con pijama y con una amenazante maceta en la mano. Cuando veía pasar a alguno de su quinta, le gritaba: «Tú, ¿de qué grupo sanguíneo eres?». Así mataba el tiempo hasta la llegada del corazón idóneo, que llegó, como todas las cosas, de repente y que le fue incorporado a su tórax en sustitución de la pesada máquina antigua que se estaba ya negando a latir.
El gran Félix vivió trece apasionados años con su nuevo corazón: aquel donante no sólo le regaló la vida a Félix, nos regaló a los amigos y seguidores de Félix la posibilidad de seguir disfrutando de él durante muchos días, de su brillantez insobornable, de su humanidad desbordante, de sus artículos furiosamente independientes. La espectacular operación de trasplante de manos y antebrazos que ha practicado en Valencia el cirujano Pedro Cavadas ha devuelto a una mujer de cuarenta y siete años la posibilidad de abrazar a los suyos, de beber agua con sus propias manos o de escribir cartas de amor.
Diez horas de intervención lograron algo que tan sólo un par de decenios atrás parecía un asunto referente a la ciencia ficción: alguien fallece y sus brazos se acoplan al cuerpo de otro alguien que no los tiene. Soberbio. Algún día se lograrán cosas que ahora no somos capaces de imaginar: si hemos conseguido trasplantar brazos enteros que vuelven a moverse como lo hacían antes de perder la vida, ¿quién dice que no llegará el día en que se podrá trasplantar un ojo entero o una parte estratégica del cerebro? ¿Conseguiremos finalmente ‘empalmar’ los dos extremos seccionados de una médula espinal y conseguir que la neurona crezca de parte a parte, como sí ocurre en nervios del sistema nervioso periférico, y conseguir así devolver los movimientos a un tetrapléjico? España es país puntero en donación de órganos y ésa es una de las pocas estadísticas que lideramos de las que podemos estar orgullosos: cada riñón que donemos para que sea aprovechado cuando se nos acabe el resuello es una vida renovada y renacida. Cada hígado ofrece unas posibilidades asombrosas a personas que tan sólo hace unos pocos años morían inexorablemente. Pero no es necesario morir para salvar vidas con una donación: el banco de sangre hay veces que se queda bajo mínimos y necesita material, necesita donaciones, lo cual es algo que no lleva tiempo y es absolutamente indoloro. Se salvan muchas vidas con esa práctica.
Cuando vayamos a morir, no serviremos para muchas más cosas, razón por la cual deberíamos considerar la posibilidad de seguir vivos a retazos en el cuerpo de otros. Adriana, la hija de Aurora, dio la vida al fallecer a cinco chiquillos que hoy circulan por la vida gracias a sus ojos, sus riñones, su hígado, su pulmón y no recuerdo qué más. La existencia de Freddy cambió radicalmente cuando lo llamaron por teléfono y le advirtieron que tenía que darse prisa en presentarse en el hospital para intervenirlo e incorporarle un riñón que acababa de llegar y que se ajustaba a sus características. Ese riñón, que encajó y cuajó perfectamente, sirvió para que este redondo y vital individuo pudiese volver a viajar, a beber, a comer lo que quisiera, a trabajar, a levantar peso y a orinar. Miguel Ángel me decía días atrás que poder volver a evacuar lo que bebes se convierte en un placer casi sexual. Me dijo más: uno de sus primeros placeres fue freírse un plato hasta arriba de patatas fritas sin necesidad de haberlas dejado en agua una noche entera. Tan sencillo como eso. Si la historia de la mujer de nuevos brazos le ha impresionado, entre polvorón y polvorón considere uno de estos días la posibilidad de convertirse en donante. Y pase una feliz Navidad.