Gracias a estos ‘livingstones’ de lo histórico, algún día viviremos en un paraíso sin restos del pasado
Los habitualmente combativos compañeros de Izquierda Unida de Sevilla vienen dedicando parte de su preciado y fructífero tiempo a la observación insobornable del entorno, con el fin de detectar los símbolos ‘franquistas’ que aún permanecen camuflados en el paisaje. Ellos llaman a esa campaña: «caza al monumento fascista» y sus objetivos son la denuncia sistemática de estos signos que aún irritan sobremanera a los españoles medios y la exigencia contundente de su retirada inmediata antes de que haya que lamentar algún ataque de histeria colectiva al toparse la ciudadanía con una calle dedicada, por ejemplo, a un general que no fuese claramente combativo en el frente republicano. Bien, si eso les divierte, no veo que cause más problemas que los que meramente se derivan de la administración infructuosa del tiempo personal, lo cual es problema suyo, y la asunción de una imagen de combatiente estéril muy en boga en estos tiempos en los que la confusión de objetivos, intercambiables en lo absurdo, es pan nuestro de cada día. Sin embargo, los bravos comisarios del paisaje deben comprender que el entusiasmo que algunos mostramos por las anacronías intelectuales se desborde ante la primera de las exigencias que el ‘comando de búsqueda’ ha blandido severamente ante la perpleja sociedad sevillana: la Virgen Macarena luce un fajín de general que, en su día, perteneció a Queipo de Llano, y eso resulta una afrenta intolerable a la memoria histórica de la ciudad y a la de sus habitantes, incluidos los devotos de la Macarena, que son muchos más de los que quisieran los bravos compañeros del comité. Parece, no obstante, que los sagaces investigadores no se han percatado de que el general Queipo de Llano está precisamente enterrado en la basílica de la Macarena con todos los honores, con lo que, una vez descubierto aquí, nos preguntamos: ¿qué debemos hacer las personas de buen corazón internacionalista al saberlo?, ¿debemos exigir que la basílica sea declarada Monumento a la Memoria Histórica?, ¿debemos presionar a las autoridades eclesiásticas para que su cuerpo sea exhumado y trasladado a una fosa común? –por cierto: deberíamos darle un repasito al cementerio de la ciudad y tomar buena nota de algunos epitafios infamantes para la memoria políticamente correcta; que no caiga eso en saco roto–, ¿debemos reclamar la colocación, en lugar fácilmente visible, de una lápida en la que la hermandad pida públicamente perdón a los visitantes por servir de tálamo final a un militar del bando de los vencedores? Por ahora lo que han exigido es que se retire ese fajín del boato cofradiero y que sea desechado de inmediato por las autoridades correspondientes, que, por si no lo saben los exploradores de lo intolerable, son unos ciudadanos llamados ‘priostes’, encargados de que a la imagen no le falte ni un detalle. Ni un fajín.
En un prodigio de sintonía social con la agenda de los ciudadanos, de la que demuestran ser unos agudos y perspicaces conocedores, han prometido seguir con su vigilia impenitente y han apuntado sus objetivos a alguna calle agazapada en el nomenclátor municipal o a algún signo sospechoso en cualquiera de las viviendas sindicales que en su día se construyeron en determinados barrios de la ciudad. En cuanto den con ello, nos lo comunicarán a todos para que podamos experimentar el alivio de saber que, gracias a estos ‘livingstones’ de lo histórico, algún día viviremos en un paraíso sin restos del pasado. Es, por fin, el comunismo que esperábamos, el imaginativo, el audaz, el moder