El Semanal |
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5 de noviembre de 2006 | ||
Comer en Nueva York - I |
Me contaba el inigualable Luis Ángel de la Viuda el caso de un concejal de Madrid de tiempos de la Oprobiosa que viajó a Nueva York y se sintió obligado, a su vuelta, a elevar un informe a sus superiores en el que dar cuenta de sus impresiones. No podía empezar mejor: «Dígase lo que se diga, hay que desengañarse: Nueva York es una gran ciudad». Como toda gran ciudad, la variedad de acudideros es enorme, casi desafiante. A pesar de que el gran Luis Ángel gusta de decir, desencantado, que «en Nueva York se come de todo, pero casi todo sabe igual», intentaremos desdecirle con una breve referencia que pueda servir de guía a varios bolsillos. Una dificultad estriba en la movilidad de los propios negocios: si bien hay restaurantes de toda la vida, no pocos son víctimas de la estacionalidad y aconsejar uno puede llevar al chasco de que nos presentemos y ya haya muerto. Vamos, pues, a los seguros, consciente de que cuando vayan pueden encontrarse con medio Valladolid o el todo Alicante; pasó con un divertido comedor italiano en el que los camareros cantaban arias de ópera mientras te servían los platos de pasta: te reías y comías hasta que lo aconsejó un semanal de la prensa española y se llenó, literalmente, de paisanos de visita en la Gran Manzana. Se llamaba Aasti y ya cerró, tranquilos. Comer en NY es más barato que hacerlo en Londres o en Tokio. Bastante más que en París. Pero, obviamente, es peor que en Madrid o Barcelona, con todo lo que digan. Los vinos son muy caros –los californianos te cobran las botellas al precio de las urbanizaciones que no construyen para poder plantar viñedos–, la propina es obligatoria –si no deja el 15% le preguntarán qué han hecho mal–, el marisco es mediocre y el pescado, básicamente, congelado. Lo mejor, como ya intuyen, es la carne: aunque algunos expertos aseguran que está algo falta de grasa y que al cocinarla sin sal gorda no resalta todo su sabor, se puede disfrutar de una variedad más que aceptable y asequible. Para un servidor, la mejor de la ciudad no está en Manhatthan, sino en Brooklyn, prácticamente al pie del puente que une los dos distritos: se llama Peter Luger, no acepta tarjetas de crédito y tiene un delicioso aire del Nueva York de los años cuarenta. Es importante que les pida que no restrieguen mantequilla en el plato caliente como siempre hacen, repugnante costumbre que no sé a qué lleva. Más espectacular es Smith and Wolensky, en la 3ª Avenida con la calle 49, donde el espectáculo y el sabor, ambos añejos, se mezclan –los camareros llevan un elegantísimo babi de crudillo y las parrillas están a la vista– y donde creerá estar en una película. No es barato. Un restaurante injustamente tratado por las guías y por la crítica es Del Frisco, en la 6ª Avenida frente al Radio City Hall: el rib eye que sirven es delicioso y el ambiente es puramente neoyorquino, elegante, romántico, especial. Hablan muy bien, también, de su puré de patatas, cosa que yo no pruebo por elementales razones mantequilleras. Uno de sus camareros jugó a baloncesto en Zaragoza y tiene una acento español como el de Gary Bedell, pero en mañico. Más asequible, pero igualmente magnífico, es el Old Homestead Steakhouse, en la esquina de la 9ª Avenida con la calle 14, en la que también encontrará una hamburguesa de campeonato. Precisamente, muchos lectores me preguntan a menudo dónde comer una buena hamburguesa. Hay tantos lugares como queramos, pero le hablaré de mi favorito: se trata de J. G. Melon, en la 3ª Avenida con la calle 74. Es un local pequeño enormemente peculiar: no admite tarjetas y tampoco reservas, con lo que puede darse el caso de que esté lleno y tenga que esperar fuera, con el frío o el calor, aunque la espera vale la pena, ya que se trata de una hamburguesa jugosa como pocas, un servicio rápido, un lugar –especialmente las dos primeras mesas del córner derecho según se entra– con muchísimo sabor y un precio asequible. No está nada mal la que despachan en P. J. Clarke´s, en la 3ª con la 55, donde ciento veinte años de institución le contemplan y en cuyas mesas José Antonio Abellán y un servidor hemos dado buena cuenta de sus carnes. Y no olvide Corner Bistro, en la calle 4 con la 8ª. La semana que viene vamos con italianos varios, estrellas Michelin y restaurantes románticamente irresistibles. |
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